jueves, 11 de febrero de 2010

Masas finas

Recordé que me había jurado a mi mismo dejar definitivamente el alcohol justo en el preciso momento en que aplastaba la lata de cerveza vacía sobre el piso de lajas de la flamante galería de Mercedes. Ya ni los lunes me creian cuando prometía empezar la abstinencia.
Mercedes se había metido adentro para darse una ducha, según ella estaba empapada en sudor a causa de las clases magistrales de padlle que Rodolfo había impartido.
Sentía a la heladera ejercer una atracción magnética sobre mi débil voluntad. Por fin me levantaba con la angustiosa determinación de ir por otra lata cuando Mercedes traspasó la puerta envuelta en una toalla, quejándose del calor.
_¿Hasta cuándo vas a seguir vos así?_me dijo, como si su vida fuera un ejemplo.
_Espero que un poco más, no quiero morir todavía_le dije, un poco como reclamo por el tremendo abandono en que me tenía. No captó la indirecta, o me pareció que no lo hizo. Siempre evita darse por aludida, simula no escuchar, y luego salta por la espalda.
Fui hasta el refrigerador venciendo la mirada reprobatoria y me saqué otra lata, de reojo vi que revisaba dentro de la bolsa del súper las cosas que había traido. Me la tomé de un saque, para qué esparar que empezaran a caer los tilingos del padle, había suficiente provisión alcohólica como para abastecer una taberna. Pero cuando regresé a la galería Mercedes puso los brazos en jarra y me repasó con su mirada de escarnio:
_Julián, ¿podés esperar a que llegue el resto al menos?
Y luego:
_No compraste aceitunas, Julián.
Mientras, yo me preguntaba para qué quería verme, de qué carajos quería hablar conmigo y por qué me mandaba a llamar justo un día en que planeaba reunirse a chupar con sus amigos del club.
_¿No sabías que me propongo dejar el alcohol, Mercedes?_le pregunté, para ver cuánto se había informado acerca de mí, y cuánto de lo que hacía era premeditado.
_Sí_contestó_, eso no es ninguna novedad, hace meses que intentás, lo bueno sería que alguna vez lo lograras...
Puso los ojos asi, como los pone siempre, con ese aire de superioridad que ni un huracan puede derribar.
_A lo mejor... si no me llamás a conversar justo los días de chupe y parranda... me sería más sencillo.
Vi que se enojaba, montaba su ceja derecha bajo un pliegue angular y agresivo.
_¡No me cargues tus fracasos!_me gritó, como de una galera mágica empezó a sacar las mil y una razones para no regresar conmigo nunca más, como si yo se las hubiese pedido, como si yo planease regresar con ella y como si no hubiese sido ella la que cogió el teléfono y me llamó. Empecé a cuestionarme por qué gritaba. A comerme las uñas. Hasta que se lo pregunté, con la calma que sólo la fregada de todo lo que acaba de escupir a boca de jarro podía lograr. La calma, a veces, no es más que frustración.
_Y por qué estás gritando_ pregunté, y enmudeció_. Hablás como si estuvieras sola.
_Estoy sola...
Estoy sola dijo, lo repitió cinco o seis veces. Tratando de enhebrar la intención de sus berrinches me quedé en una cálculo obtuso. Un sencillo silogismo, en realidad, del que se desprendía la siguiente proposición: yo era nadie. Mercedes hablaba conmigo + Mercedes hablaba sola = yo no existía. Y si no existía, no podía estar allí, ni podía tener problemas con la bebida, ni podía desaprobar semestres, ni podía padecer sus altibajos, ni ser su perro faldero. Pensé que no existir quizá era exactamente lo que estaba yo necesitando, y que Mercedes acababa de hacer el favor de extinguirme de la faz de la tierra. Pero no, Mercedes no es tan misericordiosa, no aprueba la pena de muerte para el condenado, pues considera que mediantre ella el reo no paga suficiente sus yerros. Es preciso manternerlo vivo, para que retribuya en sufrimiento cada uno de sus delitos. Así que así procedió conmigo:
_A qué has venido_dijo la descarada habiendome llamado, queriendo endilgarme la culpa de estar reunidos.
_Vine porque me llamaste, Mercedes, y porque me mandaste un taxi pago a casa_contesto. Pero Mercedes es bicha, muy pocas veces pregunta para saber. La pregunta en ella es un recurso del que se vale para poner en evidencia al otro. Asi que asi la sigue:
_Si no hubieras querido venir, ni que te mandara una limousina, Julián... tu terquedad es incurable_dice, y está en lo cierto, y sin embargo no hay excusa que modifique el hecho de que ha sido quien llamó. Quizás eso la inquieta. Enciende un cigarrilo, me da la espalda.
_Por qué me has llamado, Mercedes...
No contesta, me mira por sobre el hombro, es una mirada azul, fría, que no trasparenta nada, que me reflecta mi propia curiosidad. Me vienen ganas de irme de inmediato, desconfianza y rescelo por sus elocubraciones extrañas, esas maquinaciones que sé que tiene, que sé que materializa y que se acusan en pupilas azules que no trasparentan nada. Toda ella es como un personaje maldito de una telenovela mexicana, no da puntada sin hilo y me tiene en vilo para su propio goce.
_A dónde vas_ pregunta.
_Me voy, Mercedes, si no tenés nada que hablar, sabe dios por qué me has llamado.
_Quedate, ya llegan...
Se pone a rogarme que me quede, me habla a centimetros de la boca, me tienta, se escabulle y se sonríe. Pero es un sonrisa azul, una sonrisa de mosca. Me confunde con el discurso de su boca, tan disimil al de sus gestos. Yo idiota que caigo en la trampa de ratas, tan evidente como un cartel de peligro por precipio y voy y me tiro. Y me dice que hago bien en dejar de beber, que lo haga por ella... Que en la vida siempre aparecen dos caminos y que la elección de uno implica la pérdida del otro. Apunto de ir por otra lata su vocecita prometedora me disuade. Y caigo, como mosca en la leche, a besarla, a tocarle el pelo, la espalda, los pechos, a sentirla estremecerse, aun con las pupilas más heladas que nunca. Hasta que se escucha el motor de un auto detenerse enfrente. Ella se zafa de mí, se arregla el cabello, se quita la pintura de labios corrida alrededor de la boca y me dice que me siente, que guarde compostura, que le quite las manos de encima.
Corre a abrir y entra un tipo con el porte que su madre aprobaria en un candidato, con el físico que ella hubiera, probablemente, deseado en mí y con la suficiencia que a mi me falta un siglo conseguir. La toma de la barbilla y la besa en los labios con parsimonia, viste traje y trae maletín. Luego de eso, ella voltea a mirarme inmediatamente y le reflecto la misma nada que sus ojos me vienen mostrando hace unas horas para no darle con el gusto de salirse con la suya.
Entonces me dice con sarcasmo:
_Manolo ha traido pavo relleno ¿te quedas?
_No, no, tengo cosas que atender en casa_digo, y como una lanza se viene a mi lado y me susurra:
_Y ahora que ves el peligro real de perderme... ¿Cual es la mejor elección...? ¿Las cervezas o yo?
Lo peor es que me lo dice en serio, ahora que ya no tengo chance y sin importarle un comino lo que pase conmigo. Me entrega las bolsa del super, las que ella misma me encargó, con un sonrisa falaz que le borraría de un solo sacudón, y me dice que ya no va a necesitar esas bolsas porque Manolo ha traido pavo relleno y masas finas. Me vuelve a preguntar.
_¿Las cervezas o yo?
Lo pregunta como si no supiera la respuesta. Y luego nadie entiende por qué se emborracha uno.
_Las cervezas_contesto. Doy media vuela ya para irme, pero me retiene para que me lleve la bolsa con las cosas que he traido, que ella misma ha encargado, que ahora rechaza, como loca que es. Me rehuso, e insiste.
_Llevatelas, aqui ya tenemos el pavo relleno y de postre masas finas...
_De veras_le digo, y agarro la bolsa con las cosas, más desilusionado por suerte que enojado, molesto por la pérdida de tiempo_ya tenés masas finas y el pavo sentado a la mesa.

5 comentarios:

Druida de noche dijo...

jajaja, Me gustó el final.. buen relato.

besos
Druida,

néstor dijo...

Más allá de la temática del relato en sí, se nota cierto pulido en tu prosa, tiene un vértigo diferente a tus anteriores trabajos. Bien por la fluidez.

saludos

Martín Gardella dijo...

Hacia rato que no pasaba por acá. me alegra ver que volviste a las letras. Enhorabuena! Buen relato! Un beso

El perro andaluz dijo...

Me encantó. Creo que es una escena que sólo podría darse de esa manera y nunca al revès. Digo, no puedo imaginar aquello hurdido por un hombre para tentar a su ex. Creo que hiciste un esfuezo en calzarte los zapatos de Julian, pero sobre todo, los de Mercedes.

Raymunde dijo...

Buen relato, muy bien conseguido. ¡Felicidades!