domingo, 2 de enero de 2011

El alumno particular

....Por teléfono la madre había sonado convincente, pero la señorita Esther no podía más que hacerse a la idea de que, una vez más, le habían mentido o le habían tomado el pelo, pues ni la carpeta del chico estaba completa, ni el libro de ejercicios terminado (qué decir, no había sido estrenado siquiera) y la temática de evaluación era, más que imprecisa, improcedente.
....—¿Repetición?—preguntó, confusa, al alumno que acababa de sentarse a patas sueltas sobre la silla, y la miraba aburrido.
....—Sí, profe.
....—¿Te toma repetición?
....—Sí. Repetición de curso.
....Esther se pasó la mano por el pelo con un mohín anodino, típico del que intenta reprender una travesura ingeniosa, y puso las manos sobre la mesa en un gesto de impotencia. Estaba habituada a que la tomaran por maga.
....—No hay libro de temas, ni temas de evaluación consignados—suspiró, corriendo las dos hojas que constituían la carpeta de clases; escudriñaba en los bordes, huérfanos de escritura, la identificación.
....—Me llamo Lautaro—facilitó el chico.
....—Lautaro..., hay dos hojas, y lo único que tienen es un ahorcado sin terminar.
....—Es que tocó el timbre.
....La mujer se levantó y tomó la agenda telefónica. Manejaba la situación con tanta naturalidad que a él lo frustró un poco. La vio preparar una lapicera y blandir una hoja impresa antes de descolgar el tubo del teléfono.
....—Cómo se llama tu profesora.
....El chico no sabía, o simulaba no saber, si le hubiera preguntado la edad, también la habría desconocido. Así que tuvo que llamar a la escuela, la madre había proporcionado el nombre del establecimiento, al menos contaba con ese dato, bastaba con pedir por la docente que llevaba el sexto año. En pocos segundos, Esther precisó la fecha del examen, la temática y la nota que debía alcanzar su estudiante para pasar la asignatura. Acto seguido, revolvió una gran pila de papeles, extrajo un volumen de gramática, unas hojas en blanco y dos biromes. Le tendió unas.
....—Para empezar, yo te voy a dictar los verbos conjugados y vos los vas a escribir en infinitivo, y en paréntesis aclarás sin son de la primera, segunda o tercera conjugación. ¿Estamos?
....El adolescente se reincorporó del asiento desganadamente, colocó las manos cruzadas en la mesa y la miró fijo:
....—No se moleste, profesora.
....Esther frunció los labios y le empujó la hoja y la lapicera, exhortándolo. Pero él se echó nuevamente hacia atrás, sacó del bolsillo un ipod colorido y se colocó los auriculares en las orejas a modo de tapones. El volumen debió de estar realmente alto porque ella pudo reconocer la canción.
....Asertiva, pero controlada, le quitó el aparato y lo plantó en la mesa de modo inflexible.
....—Te ha pedido todo el programa. Una semana es poco, y te quedan tres días.
....—Profesora...—resopló el alumno, con una cara semejante a la de ella cuando vienen a aprender para mañana la acentuación de esdrújulas, graves y agudas sin siquiera saber separar en sílabas—. Yo no voy a aprobar esta materia.
....—Eso déjamelo decir a mí, para pesimismo tenemos tiempo. Primero te hago unos ejercicios para testear en qué estás flojo, empezando por lo más básico...
....—Usted no entiende. Yo no quiero aprobar esta materia.
....La docente se echó ligeramente para atrás, si hubiera estado sola, se habría encendido un cigarro. Moderada como siempre fue en todos sus actos, el desconcierto no tenía cabida.
....—¿Quién tomaría una decisión tan perjudicial para sí mismo?
....—Es una venganza.
....—¿Una venganza?—replicó ella—. ¿Contra vos mismo?
....—Contra mi padre, maestra. Me voy a llevar las doce materias, lo tengo decidido.
....En esta instancia, la mujer no pudo reprimir una interjección desaprobatoria, una mezcla de lamentación y aburrimiento, que no de asombro, parecida a la de quien ve con cierta frecuencia quemar dinero en los alrededores de una villa miseria. Los dos, diferentes en todo, se quedaron mirando un tiempo largo a los ojos sin intercambiar palabra. Hasta que el chico arguyó:
....—Quiere que estudie Abogacía.
....—Es una carrera muy promisoria—especuló la docente—. En buena hora que están dispuestos tus padres a costeártela. ¡Todo un privilegio!
....El muchacho la miró con desazón, quizás tachándola de su lista de personas tolerables. No obstante, Esther había entendido, nada más que tenía la irritante costumbre de corroborar por medio del contraste. ¿Qué usuario asiduo del idioma no infiere lo no dicho? ¿A qué clase de docente de Lengua se le pasaría por alto? Es sólo que Esther siempre fue una persona circunspecta, prudente en todo, no osó nunca adelantarse ni sacar conclusiones apresuradas. El chico la estaba odiando internamente, ella lo supo, los enojos precipitados develan los infiernos internos.
....—No te gusta la carrera, ¿verdad?—inquirió con tristeza.
....Una mueca de asentimiento dio la respuesta. Había como una chispita en los ojos del adolescente, un centelleo que se encendía ante los estímulos, ante los posibles socorristas. Toda su expresión era un s.o.s que a duras penas podía camuflar. Y quería hacerlo, desesperadamente. Parecía ser la clase de hijo criado en el orgullo, un joven a quien rogar le significaría un tremendo achaque a la dignidad. Ella pensó que no tenía hermano.
....—¿Y le dijiste a tus padres?
....—A mi viejo, miles de veces. Pero no le importa. Quiere que estudie eso o que me ponga a trabajar. No va a costearme otra cosa—se acomodó un mechón que no se había movido de su sitio.
....—¿Y tu madre?—indagó, curiosa por la omisión.
....—Ella lo agarró a las piñas varias veces. Anoche le vació una botella de aceite. Frío, si no lo hubiera quemado. Pero por más que no lo quemó le manchó la camisa preferida, y lo hizo perder tiempo. Estuvo más de dos horas en la ducha, bañándose. Cuando salió todavía olía a aceite. Era el aceite de las sardinas ¿entiende?
....Los ojos de Esther se abrían progresivamente, cada vez un poquito más. Hacía fuerza con las cejas para tomar dimensión de los hechos y encontrar el procedimiento a seguir.
....—No le hace caso a mamá, es un hijo de puta—concluyó él.
....La profesora dio una imperceptible sacudida de cabeza ante tales palabras, reprensibles siempre en su presencia, ahora le parecían adecuadísimas. Si no fuera porque en el club del frente había fútbol y, cada tanto, los hinchas vivaban los goles y explotaban petardos, o se insultaban creativamente, la escena hubiera semejado al minuto de silencio dedicado a un finado.
....—Mire, profesora, usted póngase la pava para el mate y vaya a hacer sus cosas nomás, yo, cuando sea la hora, me retiro.
....—No, no... Es que no puedo hacer eso, querido.
....—Si prefiere que la mire sin escucharla... Pero acuérdese que quise ser honesto con usted.
....Ella se lo quedó viendo otra vez, con los ojos entornados, como si estuviera lejos, a cien metros de distancia. Hubiera replicado de buena gana y qué se supone que tengo que hacer yo ahora, pero le pareció despreciable la actitud, pues la implacable propiedad empática le opuso tajantemente: qué se supone que tiene que hacer él ahora.
....—Profesora, por lo que más quiera, no se preocupe.
....No había correspondencia entre la frase recién articulada y la expresión del rostro. Entre el pedido lingüístico de evasión y el desesperado comunicado gestual, Esther sabía bien a cual atenerse. Hay cosas difíciles de impostar. Así que se resignó a meterse, una vez más, en problemas. Cogió el teléfono y discó el número que hacía unas horas había apuntado en un papelito. Al poco, la madre de Lautaro se apersonó, dramática y locuaz.
....—¡Ay, si yo sé que no hace nada, es un vago, sí, nada más trate de ayudarlo...! Usted sabe, los chicos de hoy en día, con la computadora encendida las veinticuatro santas horas... y los mensajitos de texto, con el celular que no se les cae de la mano... plip plip plip
....—Mire, señora, aquí no hay un problema pedagógico, hay un problema volitivo.
....La madre enmudeció repentinamente, encaró a la interlocutora con ojos de no entender nada.
....—Un problema de voluntad, quise decir.
....—Ah, sí, sí, es lo que le estoy diciendo, ellos prefieren estar sentaditos jugando los jueguitos de la computadora, ¿y después? Después hay que joderse. Todos somos hijos del rigor, por eso digo que no le afloje, rigor, profesora, a ellos les gusta estar con el telefonito todo el día, hay que incentivarlos a estudiar, hay que motivarlos a hacerlo, hay...
....—Señora...—cortó la docente, curtida de que los padres pretendan enseñarle de didáctica todo el tiempo—. No es esa clase de involuntad, si cabe el término. Es una negación manifiesta. Su hijo, acá presente, no está dispuesto a pasar ninguna materia este año, ya sea que esté o que no esté en condiciones cognitivas para hacerlo.
....—¡Ninguna!—se escandalizó la madre y, volteando hacia su hijo—. ¡Cómo que no querés pasar ninguna materia vos!
....Si hubiera sido de noche, el cri cri de los grillos se habría escuchado a la perfección, pero, como era de día y el club del frente permanecía repleto, lo que restalló de fondo fue el estridente lamento de los hinchas tras el fracaso de un gol.
....—¡Pero si el padre le dijo ayer clarito, bien clarito le dijo, que no le iba a pagar la universidad si le quedaba una sola materia por rendir!
....—Creo que exactamente por ahí viene la cosa, señora...
....—Sí, sí... ya sé lo que le habrá contado...
....—Bueno, este es un problema de índole familiar... Yo le puedo pasar el número de un profesional que es idóneo en este tipo de... Yo no puede hacer ninguna otra cosa, señora, eh...
Desde su aislamiento mental, en la silla, el chico emitió un ostensible soplido de decepción. La profesora le devolvió una mirada de nulidad, como excusándose. Entonces él se levantó del asiento y se dejó caer con fuerza.
....—Yo no me voy de acá—decretó.
....—¡Qué decís, Lautaro! ¡Pero vos nos querés volver a todos locos!
....—¿Yo? No, madre, ustedes ya están así desde hace tiempo.
....—¿Qué? ¿pero qué es esto, Lautaro? ¿Qué pretendés?
....—Es un asentamiento de protesta.
....—¡¿En la casa de la maestra particular?!
....—¿Qué sitio es mejor?
....La señorita Esther se quedó impávida, nociones legales y morales se le mezclaron a un tiempo en la cabeza mientras trataba de identificar el modo adecuado de proceder. Siempre necesitaba pensar muy bien en todo antes de hacer nada, era meticulosa y sensata, muy estructurada, obsesiva como muchas solteronas. Necesitaba serlo, en sus primeras prácticas había tenido problemas por tomar del brazo a un alumno que se negaba rotundamente a entrar al salón de clases. Casi le retiran el título por eso. Las leyes actuales son muy injustas con los docentes, les cargan la responsabilidad neta de lo que le suceda en la escuela al alumno durante su clase, pero no les dejan campo de acción para maniobrar ante la indisciplina o la flagrante violencia en los cursos con problemas de conducta.
....—Con la policía capaz me sacás, Otilia.
....—¡Pero Lautaro, no seas ridículo!
....—¿Yo?—recriminó el chico, señalando los zapatos de taco altísimo y cuerina aleopardada que calzaba la madre, en cuya hebilla plateada colgaban unos pompones azules con lentejuelas pegadas.
....—Y todo esto porque no querés Derecho. Si sabés que tu padre es terco como un burro. Pero entonces qué querés estudiar. ¡Qué!
....—Botánica, mamá, ya te lo he dicho.
....—¡Válgame Dios! ¡Hijo, si esa es una profesión de... de...!
....La docente captó a la perfección lo silenciado y trató de interrumpir para desviar lo que se avecinaba, pero la madre elevó la voz y el chico demandó la completud de la frase. Una suerte de careo provocador tuvo lugar en la salita, hasta que la madre soltó:
....—¡Una profesión de maricas!
....Esther se tocó la frente, contrariada. No soportaba la ceguera de los padres, la violenta represión hacia aquellos aspectos que no les agradaban de sus hijos, la suplantación de lo que eran por lo que podrían llegar a ser, la tiranía que a menudo ejercían y la jerarquización estereotipada de profesiones que tenían habitualmente impresa en la cabeza como un sello imperial. Pensó que ésta, sin duda, era la madre más ciega que había visto en toda su trayectoria docente. Una ceguera adquirida, de esas que no cuentan con muchos atenuantes.
....—Bravo, mamá, lo has dicho—balbuceó el chico.
....Todo se sumió en un silencio avieso. Esther, que no sabía cómo proceder, estaba absolutamente abducida de su rol. Sabía que ponerse del lado del chico la dejaba frente a los ojos de los padres como una irresponsable, pero a veces los chicos tienen razón y a manotazos buscan la injerencia de los demás. Esther era la más responsable de entre sus colegas, y eso la empujaba, precisamente, a tomar cartas en el asunto.
....—Creo que voy a tener que llamar a un trabajador social—dijo la una.
....—¡No!—chilló la otra—. Yo soy la madre, ¿usted qué se cree, que no puedo llevarme a mi hijo a la rastra si se me antoja?
....—Yo creo que no.
....—¿Ah sí?
....La madre, con los brazos en jarra, y un ímpetu desafiante, soltó unas cuántas groserías. Después, llamó al marido por teléfono, a los gritos. Le explicó la situación en verdadero estado de alteración. Él se presentó en un santiamén, con el rostro rojo de rabia y la resolución de un vikingo importunado a la hora de comer.
....—¿Pero qué escándalos son estos, Lautaro?—y dirigiéndose a la docente—. Y usted, señora, ¿que no tiene que hacer ninguna otra cosa en vez de andar apañando estas conductas?
....—La verdad que no. Hoy era mi día libre.
....—Ah... ¡Ya veo!
....—Creo que su hijo tiene mucho que decir, quizás en casa no sea escuchado como corresponde y por eso se vea obligado a recurrir a otros medios de expresión...
....—¡Qué medios de expresión ni qué carajo! ¡Falta nomás que se le antoje hacer poesía!—explotó el padre, dando un puñetazo a la mesa, por el cual tuvo que disculparse casi simultáneamente.
....—No se preocupe por mi mesa, Ojeda. Sabe, creo que la carrera de Botánica es una buena elección para su hijo... y en cuanto a la poe...
....—¿¡Botánica!?—gruñó el padre otra vez, aplicando otro duro golpe a la madera aglomerada.
....La esposa ya había entendido y se había quedado ensimismada procesando la vieja novedad. Parecía que fuese demasiado para ella. Hay cosas que no son evidentes para todos los ojos. El padre, a juzgar por la contracción del rostro, estaría yendo por el mismo camino. Meneó la cabeza antes de clamar, defraudado:
....—¡Eso no es una carrera, es una afición de putos!
....Una sonrisa avergonzada, de media boca, relució por unos segundos en la sobria fisonomía del adolescente. La cara del padre se apagó al notarla, repentinamente, como si una necrosis hubiera operado de súbito sobre sus tejidos; recaló en las pupilas del otro, para corroborar la inadmisible sospecha. Un solo hijo, uno solo, y no lo conocía.
....No hubo más palabras. La mujer agarró del brazo al marido y lo sacó de la casa sin jalonear, como si se tratase de un robot, lo condujo hasta el vehículo y cerró la puerta. Después subió del lado del volante y, aunque tardó en arrancar, dobló finalmente la esquina para remontar la calle.
....El alumno parecía haber cambiado radicalmente sobre el asiento. Había una débil capa líquida sobre el cristalino de los ojos, una inseguridad que ahora no tenía miedo de emerger. Sonrió con fastidio, esta otra máscara era más inocua y menos trabajada que la que acababa de caer.
....—No se preocupe, maestra, para mañana ya se les habrá pasado—dijo finalmente—. ¿Me puedo quedar en su casa mientras tanto?

10 comentarios:

Nelson dijo...

Buen cuento, buen cuento, sí. Sabes retratar muy bien a la mayoría de personas, ya te lo había dicho en otro relato, la mayoría, aborrecibles, asquerosos, apestando el aire que dejan a su paso. En fin, qué afán de este padre precisamente por la abogacía...

Los tipos que tienen esa supuesta aversión hacia los homosexuales, es porque reprimen de esa forma su propio impulso interno. Una mascarita infantil, vaya uno a saber si algún día, aunque ya sean decrépitos y vuelvan a ser niños, la dejen de lado.

Palabras como nubes dijo...

Una joyita para comenzar el año, Noe, gracias por el regalo ;)
Muy muy muy bueno, hay tanto por decir de lo que cuenta este texto... Me quedo con la actitud -así, de película y, sin embargo, tan conocida para mí englobada en otras- de la docente y la comparación del dinero quemándose. IMPECABLES.

Abrazo, Noe
Jeve (que generalmente es quien te comenta, jajajajaja)
y
Ruma.

Anónimo dijo...

Me hizo pensar en algunos que conocí de joven, sus padres adinerados les elegían las carreras. Ahora es gente que abraza sólo el dinero y hablan bien de sus padres.
Pero gracias a Dios, están los mejores, los que siguieron el llamado de su corazón y eligieron lo que realmente querían. Ahora son gente que salvan vidas sin pensar en cuanto les dejará en dinero.
Esto es solo un simple ejemplo, hay más, con otras profesiones que abrazan desde el alma.

Anónimo dijo...

Los extremos nunca sos buenos. Lástima que mucha gente no sabe darse cuenta de que está pasando por el medio de la situación.

¿Habríamos hecho lo mismo si los padres de este cuento hubierna sido nuestros padres?

¿Sabremos algún día actuar como la maestra?

Saludos

J.

Noelia A dijo...

Nelson, gracias. Lo de tu segundo párrafo, estoy de acuerdo, es para sospechar.

Jeve, me alegro que te resulte familiar eso indica que me salió bien, jaja, un besote

Daniel, completamente de acuerdo, ojalá los chicos pudieran darse cuenta cuán importante es elegir realmente la carrera que va con uno, que es para toda la vida y que desempeñaremos mejor y a más a gusto su es verdaderamente nuestra vocación. Un abrazo

José, hasta donde sé tampoco me parecen bien los extremos.
A la primera pregunta: ojalá cada vez seamos más los que no actuamos como los padres y ojalá actuásemos siempre, en la medida de los posible, como la maestra. Abrazo

La sonrisa de Hiperion dijo...

Un placer haberme pasado de nuevo por espacio. Genial.

Saludos y un abrazo.

El perro andaluz dijo...

Un hermoso "plano secuencia" literario. Los personajes, la situación, los diálogos y la atmósfera, están geniales, pero la narradora estuvo, simplemente sublime.

Óscar Martín Hoy dijo...

Me ha recordado los años en que aún daba clases de repaso, y lo inútiles que solían ser porque los alumnos no querían aprender. Al final, en contra de la opinión del alumno, se impuso que yo hablara con la madre caritativa. Bastó una insinuación para suspender las clases, como si ella se justificara a sí misma diciendo: "y bueno, lo intenté". Tu cuento me manda a la realidad, ya ves. Pero qué raro me suena leer en ti "Cogió el teléfono".

Noelia A dijo...

Antonio, un abrazo, gracias por pasarte.

Perro andaluz, mil gracias, me alegro que te haya gustado el relato.

Habitante, jaja, se me pegan palabras de ese tipo, de los libros, y además tengo quien me contagie esos términos, juas. Pero no creas que acá en Argentina no se usa, nada más ir al norte. Y para el lado se Santiago del Estero ni si quiera se usa el voseo, sino ya el tuteo.

Raymunde dijo...

Si al final es que los profes particulares servimos para todo.

Una buenísima caracterización de los protagonistas con las palabras suficientes - ni una más de las necesarias.

Abrazo