viernes, 10 de junio de 2011

Resto-bar

...no hay un solo hecho que no pueda ser el primero
de una serie infinita.

El tercer hombre,
J.L. Borges

....Era una noche fría y ya había pasado la hora de cenar. Entré con las manos agarrotadas, los vidrios estaban empañados y en el aire flotaba el olor del café mezclado con el del coñac. Miré las hileras de mesas de algarrobo, todas iguales y paralelas. Hacía mucho que no entraba, pero recordaba qué mozo servía cada una. La que yo quería estaba libre, así que la tomé. La clientela era la de siempre, sus gustos no habían variado. Algunos me miraron con hastío y otros me sonrieron con simpatía.
....Clorindo se me acercó y me guiñó el ojo.
....—Qué va a tomar.
....—Lo que recomiendes, Clorindo.
....En la mesa contigua, a mi izquierda, un cliente estaba quejándose. Reclamaba que le habían traído una cerveza tibia y que los maníes estaban carcomidos por las ratas. Con gran disconformidad se trasladó a la mesa vecina y golpeó con el puño la madera.
....—El que atiende acá—rezongó, como si no le supiera el nombre.
....Guzmán apareció, solícito, y se le paró al frente con los pies juntos y el cuello rígido.
....—Tengo hambre y me importa un pito que haya pasado la hora de cenar.
....La demanda me hizo crujir el estómago, pensé que si Guzmán accedía al requerimiento yo me vería en el derecho de exigirle a Clorindo lo mismo.
....—Señor, aquí hay que respetar los horarios, que por algo están—trató de oponerse el mozo.
....—Vaya, se ve que no le enseñaron quién tiene la razón—gruñó el tipo, mientras se trepaba a la mesa e interpelaba al público—. ¿Quién tiene la razón?
....—¡El cliente!—contestamos todos al unísono. Se trataba de una regla clara y recurrentemente citada en las ordenanzas del lugar.
....Guzmán se metió a la cocina sin decir palabra y el otro quedó con temple especulativo parado sobre la mesa, parecía decepcionado de no haber suscitado una riña. Clorindo me acercó una botella de grapa y me la dejó en señal de confianza. Se escuchó el ruido del aceite friéndose en la cocina, de la vajilla entrechocándose. Al rato Guzmán emergía del fondo con un plato de humeante guiso de lentejas. El estómago, caliente por la grapa, se me apretó deseoso.
....—Le falta sal y está frío—se quejó el comensal, limpiándose la boca tras el primer bocado y largando la servilleta de papel sobre el resto.
....—Frío no está—repuso el mozo—. Y a la sal se la puedo alcanzar... si quiere...
....—¡No!
....Lo que hizo el tipo fue mudarse a una tercera mesa, la que estaba bajo el mando de Fabrizcio. ....Éste se acercó medio enojado.
....—Quiero el mejor plato del menú.
....—Señor, usted debe entender que está a deshora.
....—El mejor plato—porfió, levantándose de la silla y señalando la nariz del mozo—. ¡Ahora!
....Fabrizcio partió con la bandeja que contenía el libretito de bebidas. Los ruidos de la cocina se entreveraban con el murmullo de la gente. Comentaban que el cliente se había vuelto loco y que no sabía lo que estaba haciendo. No obstante, nadie se abstenía de ordenarle a su mozo una suculenta cena. En pocos segundos el salón se llenó de aromas y de sonidos de cubiertos rechinando sobre los platos. Cuando me decidí a hacer lo propio descubrí que Clorindo estaba ocupado apaciguando al disconforme que protestaba por la tardanza y amenazaba con la deserción.
....—¡Yo pedí primero!
....—Usted pidió el mejor menú—le recordaba Clorindo con entrenada paciencia—, y ése lleva más tiempo de elaboración.
....El rezongón entonces se quedó quieto y Clorindo acudió a mi llamado. Le encargué lo más simple que tuviera, en generosa ración. Fabrizcio reapareció tras la cortina de cañas que separaba los dos ambientes y destapó una fragante paella especiada. El cliente se hizo servir porción doble y repitió la maniobra:
....—Está fría y le falta sal.
....Fabrizcio, que ya tenía la vena del cuello hinchada y se había lastimado el labio inferior por morderse, no pudo más.
....—¡Si quiere sal, aquí tiene!—exclamó, volcando sal a mansalva sobre los frutos de mar—. ¿O sigue faltando? ¡Aquí un poco más!
....El contenido del salero pasó al plato en forma de pirámide. El cliente miraba al mozo con desprecio y el mozo miraba al cliente con enardecida bronca. Un segundo antes de que se agarrasen a las piñas el dueño del resto-bar intervino.
....—Acá nadie se pelea—dijo—. Vos Fabrizcio vas a atender la número cuatro hoy, y usted Gervasio se va a comer el plato que le han servido.
....—De ninguna manera.
....—El local es mío.
....—El cliente siempre tiene la razón.
....—A las reglas las hago yo. Usted cómase el plato o paga los tres que ha despreciado.
....—¿Pagar por algo que no sirve?
....Un aplauso unánime y complacido resonó acompañado de chiflidos. Empezaron a desafiar al rebelde y, con una cuenta regresiva que inició en cinco, lo apuraron. El tipo, incitado por el reto, comenzó a meterse bocados enormes de sal apaellada que masticaba con desesperación. Los dientes chirriaban dentro de su boca y el rostro se le contraía.
....—¡Fabrizcio, traele agua!—mandó el dueño.
....Fabrizcio corrió hasta la cocina y volvió con una jarra de agua mineral que el cliente se empinó con ansiedad. Lo vimos tragar lo que tenía atorado en el buche como si fuera un avestruz.
....—Todavía queda—aclaró Fabrizcio señalando el plato. La mitad de la sal había resbalado del tenedor.
....Con un ademán afirmativo el dueño del resto-bar le indicó al tipo que prosiguiera. Fabrizcio le arrimó pan y cuchara para facilitarle el trabajo. Como si fuera una sopa el hombre se cargó con el resto de la salmuera.
....—¡Puaj!—exclamó un rezagado.
....Limpio el plato, Fabrizcio amagó retirarse. Al pendenciero no parecían quedarle ganas de querellar. Sus ojos, brillosos, reflejaban la saturación de sodio.
....—Todavía falta—replicó el patrón—. Te he dicho el plato.
....El ruido de loza partiéndose hizo volver las cabezas de todos hacia sus respectivas mesas. La masticación crujiente y dificultosa reinó sobre el silencio sepulcral del resto-bar. Apenas la radio, sintonizada en una FM local allá en la cocina, murmuraba de lejos una canción viejísima.
....Concluida la demanda, Fabrizcio lucía una sobriedad satisfecha. El auditorio miraba al mozo de reojo, con respetuoso recelo, y al dueño del negocio con pesarosa sumisión. Cuando el mozo se encaminó hacia la mesa que el patrón le había asignado, la persona sentada a ella se puso en pie como si tuviera un resorte. Vi que Fabrizcio intentaba retenerla infructuosamente.
....Clorindo me trajo un plato de ravioles con crema blanca. Las tripas me crujían, desesperadas, cuando metí los dos bocados impulsivamente en la boca y sentí que había excedido la capacidad. La comida me quemaba la lengua, el paladar y las encías, pero me negaba a escupir. Clorindo se dio cuenta y me llenó el vaso con agua. El líquido me alivió el ardor y ayudó a engullir la exorbitante porción.
....—¡Clorindo!—exclamé espontáneamente una vez que tragué—¡Esto está muy caliente!
....El restablecido barullo cesó y todos miraron un poco a Clorindo y un poco a mí. Los rostros, detenidos, sopesaban las circunstancias, medían los gestos y tasaban mi capacidad de resistencia.
....—Pero es una comida muy rica—condescendí, empujándome el siguiente raviol—. Y tiene la sal justa.

11 comentarios:

Óscar Martín Hoy dijo...

Pobre Clorindo, esto no pasa en mi barrio. Pero es porque ya directamente no te dejan entrar en el restaurante según a qué hora.
Buen ritmo. Cómo se nota que eres argentina para usar ese humor. En eso también se ve a Borges.

Palabras como nubes dijo...

Jajajjaaja, excelente puesta en escena en esta alegoría sobre las conductas humanas.

J&R

Noelia A dijo...

Habitantes, me alegra que le encuentres humor, y sobre todo que no suceda en tu barrio. Jaja. Un abrazo

Jeve, eso quise representar, ciertas conductas humanas recurrentes. Un beso

Anónimo dijo...

Bueno, un boliche muy especial con gente muy especial.
Hay un fondo sarcástico bien relatado.

Saludos.

José A. García dijo...

¿Estaría rico el plato?

Bien por el dueño.

De vez en cuando todos somos un poco intolerantes con todos, como ese cliente insoportable que, de seguro, habrá estado aburrido en su casa y salió para ver a quién podía molestar.

Saludos Noelia.

J.

Nelson dijo...

Muy interesante. El dulce placer de la convivencia humana.

Noelia A dijo...

Gracias, gente, por comentar.

Saludos

Franziska dijo...

Este relato es una pequeña maravilla literaria, con el ambiente que dan las palabras con las que se describe la situación, es como una estampa arrancada de otros tiempos en que la sociedad era distinta, en todo, en sus modos y maneras. Y aunque yo vivía en Madrid -lejos de donde se monta la acción- en mi niñez, la sicología de las gentes se acercaba mucho a lo descrito.
Te felicito porque es muy acertado y te sumerge en la situación.

La sonrisa de Hiperion dijo...

De nuevo por tu casa.

Saludos y un abrazo.

Noelia A dijo...

Gracias por pasarte, compañero.

Un abrazo a vos

Unknown dijo...

Es la vida,los prepotentes,los que se agrandan cuando otro hace punta,la injusticia.Trabajé en ese ramo y te diré que diste en el clavo!!!!Abrazosssssssssssss