lunes, 15 de agosto de 2011

Prohibido el ingreso con mascotas

....Como la señora insistía tozudamente y a empellones, el portero se había parado de piernas y brazos abiertos, obstaculizando la entrada.
....—Ya le dije que está restringida la entrada con animales, debe dejarlos en su casa—sostuvo el hombre, con voz firme y mirada severa.
....—De ningún modo, cómo cree. Ellos vienen conmigo o no entro.
....Los perros, que eran dos y estaban sujetos a unas sogas que su dueña bamboleaba, olían al extraño y, de vez en cuando, meaban la reja. Ya se sabe que estos animalitos de extraordinarias vejigas almacenan líquido constantemente y tienen una envidiable eficacia urinaria, de modo que pueden cortar el chorro en plena micción, para reserva.
....—Señora…—dijo el hombre, con un dejo de inminente pérdida de paciencia—. Son sólo bestias, haga el favor de llevarlas a donde deben estar, este no es sitio para ellas, ¿o alguna vez ha oído…?
....—¡Cómo se atreve! ¿No ve que están oyendo?—la boca de la mujer se alzó amenazadora como una montaña prominente en un rostro plano, jamás había visto su interlocutor semejante magnitud de labios y de puchero reunidos en una sola cara—. ¡A ellos les ofende! ¡Ellos tienen sentimientos!
....—¡Al diablo con esas cosas!—protestó el hombre, devolviendo un empujón, sin sacar pies y manos del marco de la puerta—¡No tienen almas!
....La cola empezaba a impacientarse. Algunos empujoncitos discretos delataban la intranquilidad, eran leves, pero sostenidos. La mujer cedía ante la presión trasera que favorecía sus embestidas.
....—¡Quítese!—gritaba el guarda, presa de indignación—. ¡Váyase! ¡Deje a esos bichos y vuelva sola, terca mujer!
....—Se quedará afónico usted, pues ya le he dicho que mis perros vendrán conmigo. No pienso dejarlos.
....Los que sumisamente esperaban detrás comenzaron a resoplar y a quejarse. Apelaban ya sin miramientos a las fuerzas de seguridad para que la quitasen del medio, para que se encargaran del asunto en una oficina y liberaran la circulación. Había gente que hacía horas que aguardaba y no conservaba el buen humor.
....—Mire, señora, si usted dejara de empujarme y se pudiera solucionar esto de alguna forma diplomática… Pero claro está, los dueños se parecen a sus mascotas y con los perros no hay chance alguna de razonamiento—sostuvo el hombre, entre los vaivenes de las arremetidas y sus consecuentes repliegues. Había algo de humilde superioridad en su habla que, no obstante, se veía opacada por el desafuero. Algunas personas ya gritaban a viva voz que la retiraran.
....—Señora, una última oportunidad—concedió el portero, retirando cautelosamente las manos de la puerta y poniéndolas en los hombros de la causante del atasco. Ella lo contempló como a algo irremediable, incapaz de ser movido a conmoción, sólo vencible por la fuerza—: Lleve los perros a algún lugar seguro, donde alguien se los cuide, o déjelos en su casa sin echar llave. Pero vuelva sin ellos, es el único trato admisible aquí.
....—De modo que no está dispuesto a negociar—increpó la señora, que tenía toda la intención de salirse con la suya.
....—Dice usted bien. No hay oportunidad de negocio. O vuelve sin los animales, o se queda sin entrada. Porque, además, es mi deber retirársela y restringirle la admisión por un lapso de siete años—concluyó el portero con tono más calmado, midiendo el impacto que pudiera causarle a la mujer tan horrible información.
....—¿Habla usted en serio?—preguntó ella, con una chispa de alegría en los ojos.
....—Muy en serio—ratificó él, enfatizando las palabras para dar a conocer la rigurosidad del asunto. La dueña de los perros estaba absurdamente feliz, había dejado de empujarlo para querer entrar a toda costa, y parecía no creerle, porque volvía a preguntarle, una y otra vez, entusiasmada, si era verdad que podía retirarse.
....—De modo que me voy—dijo entonces, eufórica, ante una cola atónita de ojos que descreían y miraban pasmados. Alguna gente suspiró—. Claro que me voy.
....Irguió la cabeza como recobrando la dignidad arriesgada en las arremetidas y dio media vuelta, seguida de Kike y Roco en sendas correas. Antes de abrir la puerta de su casa volteó para celebrar:
....—¡Dentro de siete, tendrán que darme otros siete!—levantó las manos al cielo, en alabanza—. ¡Ahhh, soy eterna!
....El hombre de las llaves no pudo escucharla ya, estaba en una dimensión impermeable, en una verdadera torre ebúrnea. Tampoco notó a los que discretamente desertaron. Había recuperado mágicamente su expresión beatífica y la cola de gente que miraba ansiosa las rejas doradas había reanudado sus expectativas en el mismo punto en donde se habían congelado minutos antes.

9 comentarios:

Nelson dijo...

Dante había colocado en la Antesala del Infierno a los más destacados filósofos y científicos de la Antigüedad, absortos en continuar con sus creaciones. Creo que sería el mejor lugar para ir. Espero no equivocarme.

José A. García dijo...

Pobres animales...

Saludos

J.

Unknown dijo...

Noe, qué impecable relato! leí con avidez hasta el final y de no ser por la secuencia obligada de mi respiración te diría que llegué hasta ahí sin ella!
Me saco el sombrero, señora!
Un placer, un verdadero placer.
Besos.

Óscar Martín Hoy dijo...

Me gusta cómo surge de la nada y llega al todo. Tus cuentos tienen ese punto de comenzar sin comienzo pero siempre llegar al final. Un beso, Noe.

Palabras como nubes dijo...

Jajajajjaa, genial!!! Este señor no sabe que "todos los perros van al cielo" ;)

Abrazo
J&R

Noelia A dijo...

Nelson, sí, en el limbo, porque no estaban bautizados... Yo no sé qué lugar sería menos tortuoso.

José, coincido.

Ro, ¡gracias! me encanta que te haya gustado y lo hayas disfrutado.

Habitantes, ahora que lo decís lo noto. Gracias por pasarte, compañero.

Jeve,viste, otro que no la vio... juas.

Un beso a todos y gracias por comentar.

Carmen dijo...

Noelia, bien por tu blog, que acabo de decubrir gracias precísamente a tu comentario en el mío. Poco a poco seguiré leyendo tus historias. Ya te tengo en mi lista para no perderte...

Biquiños.

Anónimo dijo...

Hola, Noe, me gustó mucho llegar al final del cuento y enterarme donde estaban. Eso fue genial.

Petrocelli, existió en la TV, era un abogado que vivia en una zona desertica y mientras pasaban los juicios semana a semana, él levantaba su casa ladrillo a ladrillo. Tenía la costumbre de tapar el parquimetro con una bolsa de almacén para no pagar la ficha del estacionamiento.

Besos y hasta pronto.

Noelia A dijo...

Carmen, bienvenida. Nos leemos. Un beso

Daniel, qué bueno que te gustó. No conocía a ese personaje, ja. Beso