sábado, 31 de agosto de 2013

Definitivamente violeta

Cómo hacer para prolongar la vida de una estación, si las estaciones son el Fénix más perfecto; fragmentos que al perpetuarse perecen. Es como pretender prolongar un segundo. ¿Cuánto se puede prolongar un segundo sin que se convierta en dos segundos, en diez segundos, en treinta segundos o en un minuto entero por fin y hablando claro, quizás en una hora, un día o un año?

Sólo lo subjetivo puede ser universal, porque el universo está  habitado por sujetos. Cada gran espejo es una partícula capaz de reflejar una determinada incompletud. Vista así la pequeñez es la cosa más grande.

Algo me dice que vengarse de una venganza es deshonesto, quizás admisible sólo en caso de que la venganza original sea considerada ilegítima o abusiva. Pero qué es ilegítimo y qué abusivo. Cómo vengarse del silencio, este silencio en que el retirado posee una reserva insondable de palabras y un banco inagotable de sospechas. 

Las estaciones no pueden extenderse, concluyo, la anterior ha de haber muerto irremediablemente. El otoño es la crema exfoliante de la naturaleza. Acabado el velorio y el entierro, las palabras son las hojas que rezan debajo de mi pie. La venganza es no interrumpir la venganza. Que el silencio se tope con el silencio  y que se reproduzcan.

No sé en qué noche te perdés, qué cortinas abrís y qué ventana trancás a las cuatro de la mañana. ¡A las cuatro de la mañana! Qué escribís o cómo hacés con la paranoia, sabés, tu paranoia anoche vino a visitarme. Se me coló en el sueño. Tenías tu cuaderno de forro de araña azul, estabas en piyama y fumabas de los tuyos. Yo estaba en camisón y con mi cuaderno de forro de araña rojo. Me extendías una cajita cubierta de terciopelo. Un reloj para zurdos que corría para atrás me regalabas. Te lo revoleaba a la cara. Te golpeaba el pecho con la mano abierta y me gritabas. Me decías rojilla mientras intentabas besarme la comisura de los labios, y yo te contestaba cianótico mientras trataba de cazarte de las manos. ¡Cianótico! Término clínico que acabó por causarme claustrofobia.  Replegada, con la frente contra una pared respiré profundamente para que la cianosis no se me esparciera y terminara yo tan indiferente como un pitufo promedio.

No sé lo que ibas a decir cuando corté con ese enfrentamiento absurdo dándome vuelta en la cama. No sé lo que ibas a decir cuando te  aterraste y empezaste “vos sos sólo...” con ese tono, siempre el mismo, que usás para decir todas las cosas. ¿A quién puede interesarle lo que tenga para decirle alguien que le espeta un “sólo”? Un “sólo” a quemarropa. Vos y yo no cabemos juntos en un sueño.
Entonces éste es el otoño, ni más ni menos. La crema exfoliante. El despojamiento sucesivo. El silencio crujiente de la hojarasca que habla por inercia como la ninfa Eco. La indolencia que le resta a cada cosa gastada, si es que se puede gastar lo que no se estrena. El eco. El silencio al que responde el silencio. La venganza de la venganza. Definitivamente el olvido.



4 comentarios:

José A. García dijo...

¿Cómo saber cuándo algo vale verdaderamente la pena ser extendido o no? ¿Cómo reconocer, luego, el error...? ¿Con qué cara mirar hacia el pasado?

Saludos

J.

Franziska dijo...

Esplendida narración con sueño interactivo de lo más interesante. Has descrito una pieza teatral. Caramba, ha sido fantastico leerlo.

Un abrazo. Franziska

Marisa dijo...

El violeta es la simbiosis del rojo y el azul, de la pasión y de los sueños.
La venganza, tiene un color muy oscuro, es tan negra que hasta la oscuridad de la noche la teme.
No creo que el olvido sea venganza sino el comienzo de un nuevo arco iris que nuevas retinas podrán apreciar y admirar.

Brindo por esas tonalidades exentas de cianuro.

Un beso, Noelia.

Noelia A dijo...

Gracias, gente, por pasarse, leer y dejarme los comentarios que leo! Abrazo para todos, estaré pasandome por sus blogs.

José, Franziska, Marisa, un abrazo