sábado, 28 de febrero de 2015

Direcciones

   Tardó unos días en reaccionar. Ahora lo tengo en mi puerta tratando de meter la llave de la otra casa. Dice que tomó un colectivo, que allá hacía frío y que cuando bajó en esta ciudad lo recibió un vapor espeso. No es droga lo que lo anula, es surmenaje, insomnio, paupérrima adaptación; la llave ni siquiera es de la misma clase. Los rulos se le mueven en desorden, una ligera angustia le mancha la cara, quizás es la confusión de no saber dónde termina la realidad onírica y dónde empieza la empírica. Los secretos lo hacen percha. En completo desastre mi San Dalo traspone la entrada y se deja caer en una de mis sillas. Resopla y trae una mano sin guante.  Guantes de dedos cortados usa, mitones. Nudillos nicotínicos al descubierto, ojos rasgados trae.
   —Me dejaste allá—musita—. Me dejaste allá y estaba él.
   Rebobino para saber a qué él se refiere. Como si hubiera muchas posibilidades, como si de repente el espacio y el tiempo estuvieran desunidos, yo desplego el presente para soltar todo el resto. Un traslado no debería alargar el tiempo. Un día es un día, estando allá o acá, y dos días son dos días. Sin embargo los altibajos del terreno se alinean a veces, y cuando la superficie queda pareja todos los él son posibles. Los pasados se vuelven simultáneos e igualmente probables.
   —Cómo cuál él—resopla, metiéndoseme en la cabeza como un gusano hambriento.
   Y bajo las escaleras arriba y subo las escaleras abajo.  La percepción del tiempo se me altera, pero la memoria motora preserva el reflejo de una puerta que debe abrirse a la derecha luego de tomar una curva cerrada. La pared soporta la demanda insistente de una mano que busca una perilla que había en otra latitud.
   —Intentarás matarme, ¿verdad? Siempre lo hacés, en el fondo sos una asesina.
   Quiere provocarme y cualquier cosa le vale. La mano sin el guante se ve azul, los labios se le han agrietado y tiembla todo, no sería extraño que hubiera levantado temperatura o que tuviera hipotermia. San Dalo siempre tiene hipotermia y cianosis. Cuando trato de meterle el termómetro en la axila se repliega con desconfianza.
   —Los tulpas no nos enfermamos, qué te pasa—y como si yo lo hubiera atacado—. Regresar no es fracasar, caminar de espaldas, sí, aunque vayas pa adelante.
   Tiene razón. Lo pienso por un rato y le encuentro verdad. Los robots no se enferman. Los poltergeists tampoco. Los tulpas... ¿Podrán tener validez estas comparaciones? Pero si no puede enfermar es porque no vive, y si no vive cómo eliminarlo. Pero sin dudas tiene razón, avanzar de espaldas ¿sería avanzar? El camino está adelante, pero si me pongo de espaldas y marcho en reversa, ése adelante es atrás... Logro meterle el termómetro y me queda viendo como si le hubiera robado algo.
   —A un paso de la noche está la mañana—dice.
   Yo pienso que está drogado. Qué otra cosa va a ser. Aunque eso no le quite razón.


1 comentario:

Guillermo Altayrac dijo...

Pobre tulpa. Hacete cargo.
Saludos.