martes, 3 de marzo de 2015

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   La voz del doctor Jota no es la misma, algo la anestesia desde que puso su consultorio en la nueve de julio, desde que cambió aprender por enseñar. Como si no se pudieran las dos cosas juntas, como si no fuera una tarea simultánea. La impermeabilidad se parece al suelo de la soja, al pavimento, a la tierra cuarteada por la larga sequía, incapaz de absorber la lluvia; los oídos del doctor Jota se parecen a la ruta anegada, puede cubrirse de agua sin que nada penetre, ha logrado la consabida pluma de pato en la que todo resbala. Pero la nariz no se puede cerrar por mucho tiempo en inmersión, y el oxígeno del agua solo sirve si se es un pez, no un cetáceo; ¿doctor Jota, es usted un pez o un cetáceo?      ¿Cuándo cambió la verdad por argumentos? Lo que usted llama progreso para mí es el deterioro, casi irreversible, de  la libertad.
   Una vez me dijo, doctor Jota, que el esfuerzo por bloquear el dolor me estaba bloqueando los sentidos. Yo me pregunto hoy: ¿a usted qué le duele?
   ¿Acaso no puede intuir cuánta agua salada está cayendo bajo los techos mientras llueve afuera? Algún sentido no se me ha desactivado al intentar bloquear el dolor, doctor Jota, porque yo también he contribuido con el agua salada. A usted qué le duele, doctor Jota. Páseme el dato, la fórmula para la pluma de pato. ¡Las coordenadas del progreso! Pero sin sangre en el caucho de la bota. Si se puede.

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