sábado, 7 de marzo de 2015

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   Puedo escribir cualquier cosa. Por ejemplo "Sandra se roba la sandía, porque le da placer arriesgarse" o "Me robo la sandía porque me da placer arriesgarme", y ninguna de las dos líneas deberían tomarse por ciertas. Podría escribir en primera persona lo que vi en terceros, y en terceros lo que experimenté yo misma. También puedo inventar lo que nunca me pasó, ni le vi suceder a nadie.
   A veces, cuando Sandra me indaga por alguna verdad que creyó reconocer en mis cuentos, siento que no está al tanto de mi inventiva y me veo tentada de hacer un relato que la involucre como protagonista de una aventura erótica extremadamente atípica.
  Intercalaría en la narración rasgos de su personalidad y actividades de su rutina, describiría sus gestos o reacciones más frecuentes ante determinadas circunstancias, y pondría en su boca palabras que le son habituales para que el relato resulte verosímil.  Así, me evitaría escuchar comentarios como "contá quién es el sujeto caprichoso", "estás loca si pensás que el cielo es un convento, ¿sabías?" o "a mi también me pasó una vez".

   Veamos, podría ser algo como...

   Sandra lleva el cabello sujeto por siete u ocho hebillas, a veces más. Entre cada mechón de pelo que la hebilla retiene se abre un surco por el cual suele caer la brillantina que usa en las clases del jardín. Los niñas le dibujan en las manos florcitas con tiza y ella sonríe como si fuera la primera vez que un niño le garabatea la piel. Es tan espontánea que a veces deviene en audaz o en impertinente, dependiendo de quién la juzgue. Su actitud es suelta, su semblante, ingenuo, y sus movimientos, hiperactivos. Esa mezcla la hace caer en acciones que, si bien son naturales, pueden ser inapropiadas en determinados contextos. Puede insultar si se aprieta un dedo, aunque esté en plena clase de jardín de infantes, y puede chillarle a alguien que ha sido injusto con ella en el mismo momento de la injusticia y a viva voz, aunque esto se produzca en la misa o en un velorio.

   ¿Sigo, Sandra?

   Cuando se encuentra con Román su rostro adquiere un repentino color rosado, que se concentra en sus pómulos. Luego, al abandonar el cuarto de grabado por el cambio de hora, sus labios están hinchados y las hebillas se bambolean en el bolsillo delantero del guardapolvo. Se desliza como si hubiera cometido un delito y tuviera todas las pruebas incriminatorias encima. Abre la puerta del baño con desesperación, busca las hebillas, la ropa, el desodorante, no sabe qué agarrar primero, y terminan por caérsele la mitad de las cosas.

   A veces, el timbre indica fin de la jornada y no hay más horas que dar en esa escuela, y los niños salen junto a los adultos, entonces él espera apoyado en la pared del patio próxima al cuarto de baño. Sabe que tarda porque se está colocando una por una las hebillas, y fantasea con volvérselas a quitar. En algunas ocasiones, lo hace. Son esos días en que hay pocos alumnos por alguna festividad, o cuando hay paro general de maestros y han sido pocas las aulas usadas. También cuando llueve y todos salen urgidos como si pudieran ganarle al agua vaya a saber qué maratón secreta. 

   Abre la puerta despacio, y cierra con llave una vez que está adentro. Ella pega un salto y da un gritito de susto, se le cae lo que sea que tenga en la mano, con frecuencia el labial. Usa un labial fucsia con glitters y se esparce un perfume floral muy dulce que, en estas circunstancias, dobla en cantidad.

    Podría agregarle detalles interesantes.

    Román es profesor de biología e imparte clases en una escuela rural que Sandra desconoce. En realidad, ella no le cree un ápice, sin embargo disfruta la farsa como si la hubiesen pactado. 

   Puedo escribir cualquier cosa, Erika. Ponerte Sandra o Erika, y describirte a vos, que sos vos, independiente del nombre que se use para representarte. O podría usar tu nombre y rellenar la personalidad con una entidad prestada o inventada por completo, inventadas también cada una de las vicisitudes.  Para muestra un botón, amiga. ¿Sigo?

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