viernes, 3 de abril de 2015

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   Me enoja Maira porque me lleva la contra en algo que quiero hacer. Le pedí que me tirara el tarot y empezó a llevarme la contra sin mirar las barajas. Lo arcanos distribuidos sobre los sefirot se acomodan en mi favor, pero Maira no los mira, clava la vista en el vacío y empieza a relatar cosas que, casi siempre, me parecen poco probables.
   ―Vas a volver―dice, mientras sus ojos parecen perderse en el rojo del zócalo de la cocina.
   ―¿Con quién?
   Pega un manotazo a la mesa y se empieza a reír con esa carcajada contagiosa e inevitable que la ataca como me atacaba a mí  cuando a cierta prima se le daba por hacerme cosquillas. Debí preguntar a dónde. La he sacado de trance.
   Se levanta y llena la pava. Su casa está igual que siempre, repleta de plantas y de tapices indios. Es tan bonita Maira, está siempre igual, con sus vestidos sueltos, con el pelo azul, con un aire de libertinaje innato, incontrolable, incorregible, casi violento. Me ha traído Fabiana, porque ella le pidió verme, y yo no sé qué hago aquí, ni por qué de repente se enciende un cigarrillo, apoya la cadera en la mesada y me mira con esos ojos decididos, como si yo fuese una puerta por la que ha de entrar. Ella asusta a las personas con esa mirada, nunca se lo dije, es una pupila invasiva la de Maira.
   ―Tenés una protección muy fuerte, no me dejás ver―dice―. ¿Te están atacando mucho, eh?
   ―No sé.
   ―Hiciste el destierro mayor, y tenés tres vueltas de protección.
   Me estremece la puntería que tiene, y siempre me queda la duda de si lo ve o lo supone. Si lo ve no hay cómo negárselo, lo sabe. Pero si lo supone mi silencio se lo confirma. Suele probar a las personas por medio de sugerencias. Tiene todas las mañas. Si no fuera que desea lo mejor para mí, le tendría confianza absoluta. Ya no confío en nadie que desee por mí.
   Termina el cigarrillo y me ceba un mate, es una acción distractiva que intenta improvisar conmigo. Es como cuando los enfermeros empiezan a preguntarte cosas con el objetivo de clavarte una intravenosa. Aprovecha para ponerme las manos en los hombros. Sé que quiere percibir el estado de los chakras, pero todo lo siento como una intromisión y mi cuerpo se endurece. Me toma de la mano y me hace girar en sentido contrario al ritual de protección, lo que equivale a quitarme las capas en las que me he envuelto. Es automático, mi mente se figura saliendo de la tela violeta, una, dos, tres veces. Si cuando me envolví sentí el calor sucesivo, cuando me desenvuelvo siento el frío acrecentándose. Empiezo a temblar compulsivamente.
   ―Vishuda―dice, cerrando los ojos y posicionando sus manos en mi garganta igual que si me estuviese desangrando.
   Pronuncia unas frases en caló, urgentes, de las que no entiendo nada. Nunca logré comprender una sola palabra de su idioma y ella se mostró reticente a enseñarme. De pronto, para, abre los ojos y quita las manos con suavidad.
   ―¿La Fabiana por qué no baja del auto?―pregunta.
   ―Te tiene miedo.
   ―Muy bien―asiente, como si eso hubiera sido una prueba diagnósitca para corroborar si desatoró vishuda―. Ahora hay que sacarte lo que se te quedó ahí.
   ―¿Qué?
   ―Mientras más te resistás, más tardamos, eh...
   ―No tenés obligación de hacer esto, y no te quiero hacer perder tiempo.
   Maira aprieta los labios. Su mirada es como una flecha de obsidiana. Se ha propuesto algo y yo no tengo nada qué hacer contra eso, aunque ese algo me incluya o sea yo misma.
   ―Me lo hacés perder  a la noche, me despertás a las tres, todas las santas noches. Así que dale.
   La afirmación me produce sorpresa. La despierto a las tres, dice. ¿Cómo es eso?
   ―¿Cómo que te despierto?
   ―Sí. De dormida. Algo te preocupa.
   ―Muchas cosas me preocupan, Maira... Pero para eso...
   ―No. Dame el nombre.
    Ahora sí sé por dónde va y me retraigo. No puedo implicarla. De repente, sé lo que va a hacer, y no tengo escapatoria. La mente es incontrolable frente a ciertas tácticas. Ella empieza a recitar el abecedario. Mi mente asentirá inconscientemente o se empeñará en una negación muy fuerte cuando toque las iniciales Su mente se conecta a la mía por vías desconocidas. Toda ella es una antena, una especie de delfín que emite ondas sonoras para diagramar el entorno, para conocer lo que hay a oscuras. Así que me disparo hacia la puerta y tiro del picaporte. Pero Maira ha tenido la precaución de echarle llave, de modo que esa es la deliberación con que ha hecho esta cita. Pasa el primer abecedario. Anota  las iniciales. Ahora lo pasará de nuevo para obtener más letras, y mi mente le responderá sin mi consentimiento.  En algún sentido estoy excluida de cargo y culpa, me lo está sacando en contra de la voluntad.
   ―Ni vos podés protegerme de esto, Maira, ¿que vas a hacer?
  ―Vos no te preocupés. Esta forma no es ortodoxa y tampoco será algo ortodoxo para protegerte.
   ―Te das cuenta de que das miedo, ¿no?
   ―Esta cosa da miedo, ¡esta cosa!¡no yo!―reacciona, levantando el papel con el nombre completo―. En un mes está listo, y no jode a nadie más, ni amenaza a nadie más, vos no te preocupés.
   ―¿Qué vas a hacer?
   Ella ya tiene un plan trazado hace rato, solo precisaba el nombre. Se peina el cabello azul con las manos y se lo ata bien en lo alto de la cabeza. El sonido de las pulseras entrechocándose  me remite a la infancia, cuando tiraba las cartas en la casita del parque.    
   Ella siempre está igual. Yo envejeceré, y ella siempre estará igual.
   ―Magia―contesta.
   La veo abrir un cajón, sacar una cinta con un dije redondo. Antes de ponérmelo me ceba el último mate.
   ―Esto te lo vas a sacar cuando yo te lo diga, ¿estamos?
   ―¿Es una cámara de vigilancia?
   Me toma de la mano, mientras recita el destierro menor del pentagrama, y me hace dar las tres vueltas que deshizo. Capa de gasa violeta, capa de gasa violeta, capa de gasa violeta con flores de lavanda. Beso de bendición en la zona de entrada a Ajná.  Oración de protección. Trazado del Cho ku rei sobre mi aura. Pedido interventivo. Palabras en idioma gitano que no entiendo pero que probablemente reciten algo como "esta mujer sea invisible para los ojos malos, esta mujer sea salva ante cualquier mal que aceche, esta mujer está a mi cargo y me hago cargo, dios me lo reclame, por ella respondo y la encomiendo a todos los ángeles que me asisten"
   Ya no tengo la molestia en la garganta. Ya no me duele.  Cuando el sol me da, afuera, siento que deseo echarme en la gramilla y quedarme dormida al calor. Mi pies tocan el suelo como si no tuviera peso. Es como si hubiera dejado un lastre y temiera volarme por los aires. Estoy tranquila porque voy a volver. No sé si el cuándo tenga alguna importancia, tampoco sé con certeza a dónde.
    Fabiana está esperándome, no muy tranquila, pero aliviada de verme de regreso.
   ―Podemos acampar un ratito a tomar mates―dice―. Se ha despejado la tormenta.

2 comentarios:

Guillermo Altayrac dijo...

¡Qué buen texto! ¡Me encantó!

Noelia A dijo...

:) ¡Gracias!