miércoles, 29 de abril de 2015

Intercepción

   Soñé con todos ustedes anoche. Junté tiempos en un espacio y estaban en un salón con música fumando los mismos cigarrillos. Siempre pensé que D y J se llevarían bien, que tenían mucho en común y que serían buenos amigos, pero resultaron en mutua indiferencia.  Tomando lo mismo, un vaso de Gancia puro, los vi acodarse en dos puntos distantes del pub. No era exactamente un pub, pero se le parecía. Podía ser una mezcla poco homogénea de Fly, Flop, Starlit, Manuel Manuel, Mecano, House y Momentos. Sabe quien sepa de lo que estoy hablando. Con ellos escindidos así me sentí vulnerable, más vulnerable que si no los tuviera cerca. ¿Podían volverse en mi contra? ¿Qué estaba pasando? ¿D me protegería de M si se le ocurría aparecer en este sueño? ¿J intervendría ante F si irrumpía en la noche con alguna de las suyas? ¿X me miraría con ese resentimiento  que dice “no te quiero más pero tampoco quiero que alguien más te quiera”?
     En medio de la pista y en vísperas de un ataque de pánico, me vi en el brete de elegir:  ir a J haría sentir mal a D, e ir a D haría sentir mal a J. Entonces pensé que debían venir ellos. Esperé hacer señas al primero que volteara y ese fue D. Giró sobre el taburete de la barra con el vaso a medio acabar en una mano y un cigarrillo recién encendido en la otra. Pestañeó apretando los párpados como hace él, ese pestañeo que parece titubeo, disimuló haberse dado cuenta, siempre procura parecer  tonto,  se acercó a tranco largo. J vio a D apresurarse y se  precipitó hacia mí. J siempre procura parecer perspicaz.
      —Negri, ¿estás bien?—dijo D.
      —Gringa, ¿estás bien?—dijo J.
      Me tomaron uno de cada brazo, hasta en eso se parecían. Una empatía que les hace mojar los ojos. Una sensibilidad de hoja que tiembla. La humanidad en persona. Mi admiración hacia ellos los hacía competir sin que yo quisiera. Pero ahora yo estaba frita porque a J nunca quise besarlo, en cambio a D. Y eso perjudicaba la amistad. O sea que ganaba J, aunque J era el más ofendido y a eso yo no podía entenderlo.
      —A ése hay que darle una paliza—dijo D refiriéndose a M. y como si no estuviera muy al tanto.
      —Estoy de acuerdo, tendríamos que agarrarlo—dijo J refiriéndose a F. y como si lo supiera todo.
      Tragué saliva, y D me acercó el vaso con gancia. Las manos heladas se me habían humedecido y la taquicardia estaba ya instalada. Necesitaba a uno de los dos, pero no a ambos. Juntos daban la sensación de repelerse, de que en cualquier momento se alejarían por lados opuestos. Que no me faltara D, pensaba yo, y eso ya estaba jodido, porque para ayudar mejor aquellos a los que una no quiere besar. O sea que en cualquier momento caia F, o la mujer de F, y D me miraría sin entender nada, mientras J le diría “pará, macho, si no te vas va a haber quilombo” Y si era M qué flor de quilombo. Entonces por qué ir a un pub ubicado en una zona tan factible de M, F, J  y D ¿Eh? X no sería de esa zona, pero como en los sueños todos es posible, con tantas letras, seguro la X no faltaba.
      Pero el que cruzó la puerta fue Z. Extemporáneo por completo, inesperado, y solo. Traía  las manos adentro de la campera y no parecía estar a gusto. Él no parece nunca estar a gusto en ningún lado, diríase que ni en su propio cuerpo está a gusto. No está a gusto con tus ideas, y si le das la razón deja de estar a gusto con las suyas. Llevaba en el cuello el pañuelo que me regaló y que guardo en el placard. Así que se me ha salido del closet. Ha pasado tan poca agua por debajo de este puente, que sus movimientos metálicos tiraron de todos los imanes de mis nervios. Cuando me vio, arrugó el ceño con sorpresa, y miró para otro lado, frunció la boca, se mordió, se puso nervioso y reculó como para irse, pero se controló porque yo ya lo había visto.
      —¿Es ése?—dijo D pensando  en M.
      —No, no es ése—le respondió J pensando en  F.
      —Se lo ve nervioso, debe ser ése—insistió D.
      —Te digo que no, no seas porfiado.
      —A quién le decís porfiado—D le hizo frente a J.  D es muy alto y delgado, y J es de estatura más bien normal y tronco grueso.
      Se midieron mientras mis ojos perseguían a Z por la pista de baile y se le clavaban en la nuca, donde tiene atado el pelo en una colita que siempre le quedó tan bien, y que siempre detestó  que le halagase... porque probablemente tampoco estuvo nunca a gusto con la colita.
     Yo rogaba que no riñieran. Traté de apelar a ellos, pero ya estaban trabados en una mirada imperativa. Son tan iguales,  que me resultó obvio que iban a  empatar y que, probablemente, terminarían fumándose un porro y hablando de su padres. Uno de forma positiva, el otro de forma negativa.
      — Alguien que me agarre—pedí—. ¡Alguien que me proteja de mí misma ahora mismo!
      Pero no. Eso no sucede ni en los sueños.
     D con el pestañeo dubitativo, miró para abajo, o sea, miró a J, que le hacía frente con su cara despejada y todo el potencial de quien está acostumbrado a plumerear la realidad debajo de todas las cosas. Entonces apareció F con su mujer, y M con su perra y X con su mirada de no te quiero más pero tampoco quiero que nadie más te quiera.
      Y ni todo el abecedario me salvó del tironeo de una sola letra escondida en una esquina discreta y oscura de ese pub de mierda.

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