martes, 9 de junio de 2015

Ahí no es

     La única cosa rescatable son estas hojas de arce que empuja el viento cuando se abre la puerta. La cerámica blanca es invadida así por el otoño, de alguna forma la naturaleza se abre campo.
   Mi madre era como una luz cuando resurgía de los pasillos de las clínicas. Traía prescripciones, traía mutual. No arrojaba ninguna al cesto de la basura. Mis piernas colgaban sin tocar el suelo y yo pegaba un salto e iba corriendo y pensando que ahora sí tomaríamos chocolate y comeríamos medialunas.
     Entran más hojas secas, entra más viento. Mis pies tocan el suelo hace rato, lo tocan tanto tiempo en la espera para facturar la consulta... que pierdo el turno que tenía asignado. La doctora, a la que sólo conozco por nombre, pasa delante de mí sin que me percate y saluda a las secretarias con un hasta mañana. Cuando por fin pago la consulta se disculpan por la demora argumentando que son solo dos y que hay demasiada gente. Después, me advierten que la doctora era la que había saludado hace veinte minutos...Así que me asignan otro doctor de la misma especialidad, que implica otra media hora de espera.
    Mis pies no tocaban el suelo y yo los movía de aquí para allá. A veces los hacía tamborilear en el biombo que oficiaba de pared y al rato alguien asomaba por la puerta próxima. A veces me miraban.
   Me levanto, monto mi peso sobre mis pies para ir tras de la voz que ha pronunciado mi nombre, piso la hojarasca. El consultorio es tan insulso como el doctor, y él es una persona de las que no escuchan. Parece como si tuviera un cronómetro encendido y estuviera midiendo el tiempo con las piernas. Apenas si oye lo que le respondo y ya va por la próxima pregunta. No me deja aclarar nada, no me mira a los ojos, me corta para preguntarme lo que justo estaba por decirle... Es prepotente y me discute las cosas. Tal vez él piensa lo mismo de mí, cómo voy a saber más yo que él acerca de mi propio cuerpo. Como en el Hospital Alemán él estuvo dando no sé qué, sabe que a tal estudio lo hace tal médico y no me lo pudo hacer tal... Es tajante.
   ―En dos mil ocho fue, en dos mil ocho, la doctora Pogloresky―trato de imponerme, de dominar la cosa roja que se me sube a la cara.
   Tomo la radiografia que sostiene patas para arriba, y le muestro la impronta del hospital donde constan la fecha y el profesional que ordena el procedimiento. No quería hacer eso. Para mostrarle el nombre tuve que poner al derecho lo que él sostenía al revés. Qué cosa miraba patas para arriba en mi columna lumbar, por todas las diosas del Olimpo.
   En el certificado que cuelga de la oficina dice que se recibió en 2014. Entonces me pregunto en calidad de qué estaba él en el Hospital Alemán en el 2008.
   Todavía le doy chance un poco más, y eso que me dice que el Dioxaflex b12 no contiene ningún esteroide. Por un momento, llego a pensar que lo hace adrede, que me quiere llevar la contra (y eso sería más digno), pero descubro que en realidad no sabe, entonces le informo que lleva betamesona y que ya he estado con otros doctores. Pero eso no es cosa de hacerle a un tipo de estos, que al cabo, increíblemente, completamente falto de sentido de profesionalismo, me responde:
   ―La betametasona no es un esteroide.
   La betametasona no es un esteroide. Tome, mija. Dice que la betametasona no es un esteroide. Y el diclofenaco capaz que sí es un esteroide. Y a lo mejor los perros son felinos y los gatos, canes. Y las tripas están en la cabeza y el cerebro excreta bilis.  Y su mirada está cargada de bronca porque soy un paciente que actúa como persona.
   ―Quizás los prospectos estén todos erróneos y tenga usted razón.
   ―Bueno, en todo caso no es de los más fuertes.
   Me tardo todavía un poco más en levantarme, aturdida. Siempre son ellos los que dictaminan el inicio  y el final de una consulta, así que me cuesta moverme, a pesar de que saldría corriendo como flecha, como perro cuando revienta un petardo.
   Él ha agarrado la birome y me pide el carnet. Escribe mi nombre, mi número de credencial... Una caja de betametosona con no sé qué y otro de no sé qué más, además de otra cosa ilegible. En total tres cosas por treinta comprimidos a las que le adjunta un diagnóstico aun más ilegible. Luego me anota las indicaciones, una por día de ésta, a la mañana; una por día de ésta, a la tarde y otra por día de ésta, a la noche.
   Es sorprende su capacidad recetaticia, y más aún la habilidad para crear diagnóstico.
Así, ya incorporada, le recibo el papel y le digo un muchas  gracias que no intenta agradecer nada. Cierro la puerta detrás de mí y leo de pasada lo que puedo, lo que los dos metros que me separan del tacho me dejan.
   Mi madre no arrojaba ninguna prescripción al tacho de la basura. 

5 comentarios:

Jorge Curinao dijo...

¡Siempre te leo!

Noelia A dijo...

Saludos, Jorge. Recién pasé por tu blog, ¡lástima que no se puede dejarte comentarios! Un abrazo

Jorge Curinao dijo...

Un abrazo, Noelia. ¡Que estés bien!

Guillermo Altayrac dijo...

¡Me encantó!
Maldito médico tarado y su capacidad recetaticia. Jajajaja.
"Bueno, en todo caso no es de los más fuertes". Maldito médico tarado engreído y mal perdedor. Jajajaja.
Me estoy poniendo al día con la lectura de tu blog. :)
¡Abrazo!

Noelia A dijo...

Jaja, Guillermo, encantada de que te pases por mi blog a leer. :) Ahora pasaré por el tuyo, que veo que hay alguno posteo que no vi. Un abrazo