Me parece que no hay que llamar destornillador a una herramienta, que no
hay ninguna razón para definir a un instrumento por una acción que le es
correlativa. Acaso se puede destornillar lo que no ha sido atornillado, ¿o no
fue la misma herramienta la que hizo el trabajo? Es como la discriminación. Por eso tengo dos
atornilladores, uno de punta plana y otro de punta Phillips ¿Y por qué llamarle
punta Phillips al que ajusta tornillos de base con forma de cruz? No, tengo dos
atornilladores, uno para atornillar piezas de base en raja y otro para
atornillar piezas de base en cruz. Usted me entiende, me entiende, ¿verdad?
Dicen que ando enojada. P. me lo dijo con un tono
de asombro que hacía parecer que el enojo me era impropio: ¡estás enojada! Si se admira ella, que afirma conocerme tan bien...
J. arriesga que soy linda enojada, pero J. no es
objetivo y, tras siete u ocho años, lo linda le sería un recuerdo. La misantropía
no es linda, aunque de seguro es menos fea que la misoginia, porque da parejo.
El atolondramiento sentimental, al igual que la atracción sexual, anulan el
sentido crítico.
No logro conseguir los tomos de Irving Singer. Eso
me indigna. Luego la piratería está mal, muy mal. Vaya a saber qué cosa que ya
sé quiero que Irving Singer me recuerde. Teoría sobre el atolondramiento para
gente atolondrada. Lo peor es que mi interés por sus obras crece a la par de la
imposibilidad de conseguirlas. Es más o menos como el tema del que tratan sus
libros. Metalenguaje en su máximo exponente.
—Y ahora doble para la derecha, que si agarra la Avenida
Córdoba no salimos nunca.
El taxista asiente con una ceja levantada,
aséptica, como la de un profesional de la salud.
—¿Usted qué piensa?—le digo, mientras dobla por
Reconquista como si lo persiguiera la policía.
—Que usted tiene razón...
Atiné uno complaciente. Que yo tengo la razón.
Quizás sólo sea tradicional, y el cliente tiene siempre la razón, o es que me
figura loca, y a los locos sígalos para el lado que disparen. O a lo mejor es
machista, del tipo convencional: dele la razón a la dama, jamás podrá
entenderla.
Una vez me dije ahora
voy a ser mala, sin darme cuenta de que ya era competentemente maldita.
Otra vez me dije, voy a ser más buena, sin
notar que estaba a un tris de pasar por idiota. ¿Y ahora? Ahora voy a ser menos
imparcial. Caray.
—¿Y por qué chucha agarra la 9 de Julio ahora?
—Mire que la bajo, ¡la bajo eh!
—¡El camino más corto no me ahorra el lobo, pero me
ahorra dinero, usted me está paseando, tachero!
—¿Qué quiere, me meto en contramano? Por la otra
hay una manifestación.
—La que le va a hacer una manifestación soy yo.
—Usted no hace falta que haga una manifestación—espeta,
en tono cortante—, usted es una manifestación. ¡Pero yo no tengo la culpa!
Lo que no sabe este hombre, lo que no sabe casi nadie,
es que cuando alguien pronuncia la frase “yo no tengo la culpa” a mí me da un
ataque de pánico. Así que ahí me quedo, rígida, disfónica, temblorosa. Trato de
decirle que detenga el coche y me deje ahí, no importa dónde, ahí, ahí. Vamos
si es más fácil encontrar un ahí que
cualquier otra altura de una calle. Bájeme.
—Ahora qué le pasa, no le entiendo ni jota ¿Puede
hablar bien?
Bájeme, me duele el
mediastino, le tengo fobia al Obelisco, es eso, no se preocupe, pero frene,
frene, que no he cargado en el bolso los atornilladores para aflojar esta
puerta, vamos, frene ahí. Lo peor es que, cuando me da el panic attack (no es esnobismo, mi médico lo pronuncia así porque
suena más cool) empiezo a soltar frases automáticas; y qué más
automático que los conceptos aprendidos de memoria durante la escuela primaria.
De paporretas, sí, sin entenderlos, como el himno nacional, como las
preposiciones, como el abecedario, en orden arbitrario y sin comprensión,
brotan como agua de pozo recién perforado. Luego de que emerge la primera
palabra, aquella detonante, la definición viene íntegra, y se ve que esta vez
me surgió de una evaluación de biología. Pez teleósteo, fisóstomo, de unos 25 cm de longitud, cuerpo comprimido, boca
pequeña, dientes visibles en las dos mandíbulas, aletas ventrales estrechas, y
color azulado por encima, plateado por el vientre, y con una raya dorada a lo
largo del cuerpo en la época de la freza.
—¿Señorita, se siente usted bien?
Uno de
contabilidad ahora, que no lo controlo. Orden
de pago librada contra un banco en la que el librador tiene fondos depositados
o autorización para girar en descubierto.
—¿Cómo?
Y ésa no
me suena de primaria, pero no se modifica tan pronto el hábito de estudio, no
se salta del conductismo al construccionismo sin puentes ni escalones ni
porrazos. El aprendizaje comprensivo se adquiere a contramano, con la
curiosidad, con la necesidad, con el rebenque y el toque de queda también,
valga la contradicción, tiene que haber algo con lo que ir a contramano, como
cuando te dicen no comprendas, repite. Then: We don’t need... no... education! El no es irresistible.
Una de
geografía: Terreno abierto y llano, de
clima subglacial y subsuelo helado, falto de vegetación arbórea; suelo cubierto
de musgos y líquenes, y pantanoso en muchos sitios.
—¿Qué? ¿Qué
dice? ¿Qué es eso?
—¿Cómo
que qué lo que es?—replico, asombrada de que no lo sepa, si me lo tuve que
aprender como al himno ha debido ser muy importante—. Un tundra, una tundra.
—Ah,
recuperó el habla.
—Bájeme,
que me muero.
—Si la
bajo en medio de la calle, más vale que se muere, vienen a las chapas.
—Yo no
le entiendo a los porteños cuando hablan.
—Que
vienen rápido, fuerte, a velocidad, que la levantan como sorete de perro con
topadora—se ha enojado, no debí decirle porteño—. ¿Sabe lo que necesita
usted? ¡¿Sabe qué le hace falta
realmente, rosarina?!
No soy
rosarina. Claro que sé lo que cree que necesito, no preciso ver tv para reconocer
el comportamiento teledirigido. Argentina
is not different. ¿Pero por qué cree descubrir lo que ya dijo Freud hace
mucho? Y para ambos sexos. Y si lo necesito vaya que es mi problema, pero su
problema es que no lo precise de él... O quizás su problema sea que me dio el panic attack y después de pasearme por calles extra para cobrarme un plus
tiene que bajarme antes de destino y conformarse con menos plata de la que
pretendía. Pero vaya, que enojarse conmigo por eso. Porteños calentones, pero
luego la culpa es de Eva, en eso todo mundo es adánico. ¡Pero yo no tengo la
culpa!
Ay, que
me da un ataque de pánico de solo oírme, que encima voy a viva voz. R. me pega
los coloquialismos, los queísmos, me esfuma las d de los participios, me vuelve
canariense, que voy a terminar hablando igualita a ella, con un que coordinante
antes de cada oración, que son rosarios sin puntos, encadenados con que. Con la locuacidad que tiene, que me
estoy pareciendo a una ardilla. Que me muero, R., que lo mato, jolines, ¿que
cómo se saca un clavo? Está mal que me hayas recomendado vestir así a mí, R.
Que los destornilladores son pa tornillos, R., qué mal, que esto es un clavo.
Remachado, R. Que el tachero me mira raro, y me acuerdo que vos me dijiste: ve al doc que te dé algo, que te da el panic
attack en la calle y que me que’as frita, tía, que no paras de hablar, tía, menudo
shock, que desembuchas to’o, que van a darte un golpe, que te oigo de cotilla,
pero la gente, que vayas al doc jodí’a, pues que te salen incoherencias, que
largas una chorra’a y yo te he conta’o mogollón. Que estás enfada’a. Que te
enfadas conmigo porque te lo digo, coño que te enfadas conmigo ¡pero yo no tengo
la culpa!
2 comentarios:
Y yo que me creía "raro" con mi monólogo interno en tercera persona...
Muy interesante relato, Noelia.
Como siempre, un gusto el leerte!
Saludos
J.
Gracias, José. Sí, debo reconocer que me ha salido un relato medio raro, jaja.
Un gusto recibir tu comentario.
Saludos
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