sábado, 11 de mayo de 2013

Póngale nombre al ave


Hay una avecilla que me pide caricias, pero cuando se las doy chilla:

—¡Ay, ay, ay, que me hacés daño!

Encojo el brazo, al principio asustada, luego frustrada. Intento una vez más urgida por sus demandas, y vuelve a chillar.

—Ay, ay, ay. ¡Así  me pagas!

Me quedo por fin distante e insegura, y amenaza con emprender vuelo. Si la trato suave, es que debo poner ganas; si la trato con convencimiento, es que soy ruda. Y si no la trato, pues, que se volará tremendamente herida en su corazón de ave ninguneada. Mala soy. Se volará si le hago daño al acariciarla, si tiene que pedirlo, o si lo hago asustadamente. Tan sensible es, tan torpe yo. Si le pongo poco mijo, si le pongo mucho, o si no la alimento. Se volará irremediablemente. Y si hablo porque hablo, y si callo porque callo.

Cuando ya hastiada resoplo y declaro que no puedo más, pues se vuela al fin, para evitar que sea yo la que lo haga.

2 comentarios:

José A. García dijo...

Y después nos creemos superiores al resto de los animales con los que compartimos la existencia...

Saludos

J.

Joe dijo...

Hola Hola Mil holas, ya te agradecí en su momento el libro, la dedicatoria, y todos esos regalos maravillosos, estaba limpiando la biblioteca y me volví a encontrar con tu libro "El barrio Vertical" y comencé a leerlo de nuevo. Maravilloso, eso. Un abrazo, que sigan tus éxitos que te mereces!

jlg