domingo, 18 de abril de 2010

El camino más largo

.....Ese día no pensaba suicidarse, no había despertado con ese sopor desgastante y esa angustia infranqueable que la llevaba a la rastra hasta la terraza y la tenía allí hasta que el vértigo la venciera o hasta que algún vecino ocasional le llamara la atención. ¿Querida, qué hacés al borde del precipicio? Como si él no estuviera al borde del precipicio, como si todos no estuviéramos al borde del precipicio.
....Dentro del desasosiego crónico había días en que se encontraba más o menos feliz, días llevaderos, días de profundo abatimiento y días en los que el suplicio le activaba el mecanismo de autodestrucción.
....Ese día era uno de los escasos en que la luz del sol no la hería como a un vampiro, así que se dispuso a salir de la casa luego de un desayuno frugal. Abrió el cortinado y los postigos del comedor permitiendo al sol y al aire matutino recorrer la casa de punta a punta. La gata, echada sobre el quicio de la ventana, la miró con asombro, sus ojos verdes le transmitieron un mensaje de paz. Todo, cuando despertaba bien, le transmitía un mensaje de paz, hasta los noticieros con sus malas nuevas y la señora Kaisev con su habitual manera de espiarla por entre las hendijas de la persiana de la casa vecina.
....Cruzó la avenida Corrientes como si llevara la bandera de la revolución francesa con su estandarte de liberté, egalité, fraternité pegada a los hombros. Hasta le pareció percibir miradas de admiración en los rostros extraños de la ciudad. Nunca le gustó el metro, ese excesivo calor, ese aglomeramiento de gente transpirada o transpirando como efecto del tufo agobiante, esa sensación uterina de estar adentro de algo que, de no tener tendido eléctrico, quedaría por completo a oscuras...
....Subió al bus, el clima estaba templado y soplaba una inusual brisa limpia, sin humedad ni smog, como si el vendaval de anoche hubiese arrasado con la mugre aérea acumulada por años sobre la metrópoli. No, no estaba en su país natal, en las señales de radio que el colectivero sincronizaba no se escuchaba hablar del fútbol, del precio de la carne o de la soja, de los discursos más o menos polémicos de cierta presidenta o de cortes viales y protestas.
....Extrañaba aquél país dionisíaco, aquél territorio de tragedias evitables, de ladrones con dignidad que se precian de no ser matarifes, de la clase media voluntaria, de individuos dispuestos a lidiar con los huecos sociales que deja la economía y, también, claro está, de matarifes.
....Ya hacía un año desde su partida, doce meses en que la depresión la sumía en la más aviesa de sus recaídas. No iba a volver nunca. No podía volver nunca, ni con nombre nuevo, ni con otro rostro cambiado. La memoria es una cosa aplastante, no hay cirugía que la estirpe. Huyó de allí con la ayuda de cierto embajador, amigo de su padre, que le dijo: Hija, el programa de protección a testigos no es eficiente en este país.
....No es eficiente, claro, sobre todo cuando depende del estado y cuando es este mismo el que se ve afectado por los hechos.
....Si quieres correr donde la abuelita a guarecerte del lobo, ve. Le había dicho Miguel Vlasquez Torres con tono irónico, la terquedad con que ella se rehusaba siquiera a concebir la idea de marcharse le era exasperante. Terminó convenciéndola. ¿De qué intentaba protegerla? ¿De la muerte? ¿De la misma muerte que buscaba con vehemencia los días en que desesperada de soledad y mutismo subía a la terraza?¿La misma muerte que le había impreso en ambas muñecas las marcas inconfundibles de un intento de huida frustrado? Esa vez sí que estaba decidida, pero gritó, no sospechó que fuera a dolerle tanto y echó un alarido tremendo al cortarse. Los vecinos forzaron la puerta. Despertó en una habitación de hospital con un médico psiquiatra escarbándole el pasado. Ni siquiera a él podía contarle, no era sólo su vida la que dependía del silencio. No se puede huir del miedo, el miedo está fuera del espacio, no lo limitan las aduanas. El miedo es atemporal, no se puede aniquilar festejando año nuevo con pavo, pesebre y bengalas.
....Si siquiera pudiera comprar un paquete de yerba, pensó, mientras observaba las cicatrices que la gillette le había dejado, antes estaban rojas y la huella de los puntos que el médico le había dado se notaban, parecían esos niños envueltos que su madre cocinaba y que a falta de palillo fijaba con hilo y aguja.
....Aunque fuera un sólo mate... Un mate calentito, amargo, bastaría para alivianar buena parte de la oscuridad que, de a poquito, le iba tiñendo el día excepcionalmente iluminado cuando, afuera, el micro se iba metiendo poco a poco en un atasco. Así había sido, en un atasco. Pero era preciso olvidar, era imperativo reprimir, era necesario enterrar. ¿Cómo librarse de los recuerdos sin sacarlos de adentro? ¿Sin exteriorizarlos? Dejarlos decantar...
....Silencio, como en el cuadro de las clínicas, se le presenta la imagen de la enfermera esa con un dedo en la boca, represiva enfermera, si la habrá mirado tantas veces cuando iba a la clínica donde estaba internada su madre por la cirrosis que finalmente la mató.
....Vos no estabas ahí, Isabel
, le ordenó Juan Pablo la noche subsiguiente al atasco, vos no viste nada. Qué tierno Juan Pablo, planeaba casarse con ella.
....Por ese entonces, se había declarado la emergencia vial hacía apenas una semana atrás, los accidentes de tránsito eran frecuentes y normales, las noticias que hablaban de ellos ya no sorprendían a nadie por más magníficos que estos fueran. Nadie sospecharía... Pero ése era un atasco, un atolladero de vehículos inmóviles, nohabía rodados marchando a grandes velocidades. Estaba ella distraida mirando un niño que orinaba ayudado por su madre a la orilla de la ruta, recordaba cierto cuento de Cortázar que tenía por tema un atasco, cuando el colectivo de larga distancia que estaba por llegar al peaje, lleno de gente, estalló en mil pedazos. Estaría a cincuenta metros. Los vehículos que estaban alrededor de él saltaron por la onda expansiva, cayeron sobre otros, los fragmentos salieron impelidos a gran velocidad por el aire, rompieron vidrios, golpearon la chapa de autos, camiones y colectivos. Todos gritaron dentro del micro donde ella iba, Isabel levantó la vista hacia donde había sonado la estampida. Era un caos de pedazos. Pedazos de lata, pedazos de asiento, pedazos de goma, pedazos de gente.
....Había sido así como este, un atasco tranquilo, apacible, paciente. No había bocinazos ni apremio alguno, era una demora pasajera en que la gente aprovechaba para salir a estirar las piernas o, como el niño, a orinar a la vera del camino.
....Cuando piensa en eso, todos los días, una pregunta inevitable le viene a la mente: ¿con cuánta plata se compra a tanta gente? No tenía nombres, ni chapas patentes, nada, sólo el recuerdo vago de rostros anónimos que miraban, como ella, pasmados, desorbitados, el estallido y sus pedazos. Oídos que, como los de ella, escucharon los gritos, los gemidos, el pedido desesperado de los que, tendidos, yacían vivos aunque incompletos. ¿Con cuánta plata se paga a tanta gente? ¿Con cuánta muerte se silencia tanta muerte? ¿Cuántos somos los mudos temerosos?
....Ese día no pensaba suicidarse, sin embargo, sin proponérselo, hasta esquivándolo deliberadamente, el recuerdo del atasco le nubló los ojos. Se miró las uñas, para retrotraerse, para salir del atasco del pasado, cortadas al límite de la carne, y pensó que debía cuidarlas. Sacó un espejito de su cartera y se observó el rostro, pensó que debía depilarse, maquillarse de vez en cuando, no le vendría mal tampoco una tintura al cabello para acabar con esas canas que la hacían parecer más vieja y hostil de lo que era.
....Todo esto venía pensando, incluso sopesaba la idea de hacer unas sesiones que había pospuesto siempre con el doctor Sánchez Carpio. Ellos tienen prohibido contar, pensó, como los curas, una política de privacidad estricta. Otras veces no pensaba igual, otras veces le bailoteaba en la mente la idea de volver y declararlo todo, sin importar quién lo creyera y quién no, sin prever las consecuencias, declarar y quedarse en su casa de capital, no irse a esconder por ahí. Hace unos días había telefoneado a Miguel y le había informado que iba a declarar, que iba a contar lo presenciado, y que si el lobo se disfrazó de abuelita no le importaba a ella, apreciaba demasiado a la abuelita como para no asistirla. Miguel se rió con una risa forzada, sarcástica y triste. Yo no puedo protegerte, Isabel, lo sabés, le había dicho con un dejo de decepción. Pero la sola llamada había bastado para que Isabel se levantara al otro días más serena, menos vacía y lúgubre, menos culpable, porque aunque ella no hubiera perpetrado los actos ocurridos el día del atasco, los llevaba en secreto, y el secreto la hacía cómplice. Luego, había dejado pasar los días, la cobardía había hecho que dilatara el asunto, no había realizado llamada alguna para confirmar su decisión, y había subido unas cuántas veces a buscar respuesta en el abismo de la terraza. Había engordado unos kilos, la ansiedad le dictaba comer. Iba a la panadería por cosas dulces y compraba por docena. Eso también se acabaría, pensaba al mirarse en el espejito de bolsillo, era hora de ponerse en forma. Es que por conservar la vida ella estaba perdiéndola.
....Declararía, tal cual se lo dijo a Miguel, declararía, sin importar quién lo creyera y quién no, quién se alarmara y quién lo tomase como una alucinación de una mente enferma. Si hablar suponía un riesgo para la vida, no hacerlo suponía para la vida una condena segura, terminaría tirándose un día de la terraza. Siempre hay un día en que se encuentra el coraje suficiente.
Esa mañana se sentía iluminada, no pensaba en suicidarse. Iba a comprarse ropa nueva para viajar lo antes posible. Iba a tirar a la basura esos viejos pantalones negros y esa insulsa camisa blanca que no hacía justicia al ánimo increible que hoy la invadía. Los automóviles comenzaron a moverse cada vez un poco más hasta finalmente salir del atasco.
....Se bajó en pleno centro, husmeó la vidriera de una tienda colorida de maniquíes pálidos y desproporcionados, pero de linda ropa. Entró y se compró varias prendas. Blusas color pastel, vestidos de noche, un camisolín de algodón, unas medias de seda... Pagó todo con la tarjeta de crédito y salió, cargada, liberada de la atadura que el silencio le imponía por la sola resolución de contar.
....Cruzó una calle, cruzó otra, dobló a la derecha, le pareció que la seguían, pero se reprendió a sí misma, tal paranoia venía perjudicándole la existencia desde hacía más de diez meses. Había dejado de salir, se había recluido en su casa, no asomaba la nariz afuera más que para ir al minimercado de la esquina. Delirios de persecución, lisa y llanamente. Su sedentarismo iba a terminar por provocarle problemas físicos a causa del tirano convencimiento de ser perseguida a toda hora, de ser espiada. Se sorprendió mucho cuando descubrió que sus percepciones no estaban tan alteradas como se creía cuando corroboró que, en efecto, era espiada por la vecina. La señora Kaisev la contemplaba a toda hora, a ella y a todo el vecindario, sin embargo su motivación era sencillamente la del chismoso arrogante. Nada a lo que debiera temerle.
....De modo que siguió andando, con naturalidad, o tratando de imponerse esa espontaneidad con la que todo ser humano camina cuando nada lo altera. Miró unas vidrieras, con un ojo en el escaparate y otro puesto en el señor de lentes negros y camisa azul que se desplazaba al mismo ritmo que ella y que, de tanto en tanto, creía pillar mirándola. Chequeó la hora, entró en una verdulería y se abasteció de una buena variedad de frutas y verduras, pensaba comenzar una dieta más nutritiva y sana mañana mismo, restringirse de las comidas rápidas de envío a domicilio. Salió del local más cargada aún, llena de bolsas, miró para la calle con la esperanza de ver un taxi, pero no tuvo suerte. El señor de camisa azul y gafas oscuras se había esfumado, como siempre, todos los perseguidores resultaban peatones con coincidencia de trayecto. Caminó hasta la esquina pensando en la probabilidad de encontrar un taxi, la capilla de Nuestra Señora de Lourdes coronaba la esquina.
....Su temor seguía imprimiéndole en la mente la imagen del hombre de camisa azul. Pensó en entrar a la iglesia y rezar un rato, hacía mucho que no lo hacía, hacía mucho que se aislaba entre cuatro paredes. Entró en la iglesia, no había nadie dentro de ella, un olor a químicos de limpieza le sugirió que acababan de irse los encargados de mantenimiento. Se arrodilló, pidió perdón por el silencio, lloró un poco, se concilió con Dios por el propósito de hacer las cosas bien, de declarar de una vez la verdad y de confiar su destino al todopoderoso. Mucho hacía desde la última vez que había confiado en Dios, por lo menos catorce meses.
....Ese día no tenía pensado suicidarse, además, su mente parecía clara y serena, ya no lo intentaría más, era una promesa divina, quería redimirse. Consultó el reloj, faltaba mucho para misa, había leído el horario al entrar en un papelito pegado a la puerta con cinta adhesiva. Rezó un padre nuestro con verdadero fervor. Un ruido de pasos la distrajo. Arrodillada, volteó hacia la puerta de ingreso.
....El hombre de camisa azul se había quitado los anteojos de vidrios negros, metía su mano en la tina de agua bendita y se hacía la señal de la cruz. Los ojos le brillaron de terror. El hombre no pareció advertirlo, sus pasos se silenciaron al llegar a la alfombra roja, caminó a través de ella hasta alcanzar el banco en que estaba Isabel. Se detuvo, le preguntó si le molestaba que ocupara el mismo asiento. A Isabel le pareció extraño, el único banco ocupado era el que ella usaba, y era justo donde el desconocido quería sentarse, no obstante, denegó con la cabeza, bajó la mirada al suelo, para ocultar el pánico.
....El hombre se arrodilló a su lado. Cuando ella retomó su oración donde la había dejado, el hombre le saltó a la espalda, con una mano le impidió gritar, con la otra le pasó una soga gruesa por el cuello y la estranguló. Fue cosa de segundos. Después, subió a un banquillo, colgó la horca de una viga del techo, era un parroquia sencilla, nueva, no tenía cúpulas ni cielo raso alto, colocó a la muerta en ella, y volteó el banquillo. Dio media vuelta y caminó a paso tranquilo, se persignó antes de salir, encarado al altar.
....El lobo siempre va por el camino más corto.
....La encontraron las primeras mujeres que llegaron para el rosario de las tres, dos señoras que jamás habían visto a un muerto en su vida como no fuera dentro de un ataúd. El incidente no figuró en ningún diario, ni lo informó ningún canal de televisión. La identificaron por su tarjeta de crédito.
....A los vecinos la noticia les produjo un ligero escalofrío, se asombraron, eso sí, del insólito lugar que finalmente había escogido la desdichada para quitarse la vida.

9 comentarios:

Viviana dijo...

Me gustó mucho,Noe. Podría agregar algunas palabras más para acentuarlo pero las sentiría rebuscadas. Sólo vale que te diga que me gustó mucho.

Noelia A dijo...

¡Gracias, Vivi! Es que si lo hago más largo se hace un testamento, y frente a la computadora nadie lee mucho tiempo. Que decirte, ¡algunos no leen mucho tiempo ni siquiera fuera de la pc! jaja
Besos y me alegro que no te haya aburrido el texto.

Palabras como nubes dijo...

Excelente, Din!
Da para muchas interpretaciones este cuento, a mí me pareció una mujer con personalidad múltiple. Muy bueno el corte después del cuarto párrafo, descoloca.

Abrazo
Jeve.

Viviana dijo...

Noe, eso de agregar algunas palabras más, se refería a mi propio comentario! Es que me pareció como muy pobre decir únicamente "Me gustó mucho". Sin embargo, nada que pudiera decir además de eso tenía sentido para mí. El cuento está bueno como está. Salvo, me parece, algún que otro error ortográfico. En cuanto a la extensión... tiene la suficiente.

Viviana dijo...

...Y ya que ando por acá te cuento: Mi otro blog lo abrí hace tiempo, su finalidad era publicar sólo poesías (mías y de otros autores). Coincidió con la necesidad de reparar mi pc, el Técnico? Mi hijo mayor. -"Te cambié el disco duro" -"Cómo? Pero nene, yo tenía muchos archivos allí que necesito!" -"Ay, Má... tan boludo creés que soy? primero hice un back up y te pasé todos los archivos a este disco, tonta..."
En fin.. la búsqueda de tales resultó infructuosa, al igual que mis protestas...
Sumo a eso que nunca más escribí nada que me interesase compartir.
Besotes, Noe!

Noelia A dijo...

¡Uh!¡Yo que vos lo mató! ¡Si a mí me hacen eso arde Troya!
Pero bueno, Vivi, ánimo, que gracias a Dios sos creativa y te van a salir otros textos de igual calidad o mejores, ¡vas a ver!

Óscar Martín Hoy dijo...

Qué camino largo, menos mal que luego valió la pena recorrerlo. Y no se hace testamento, no. ¿Cuándo volverás a iluminar otro?

néstor dijo...

No, no me resultó largo el cuento, se lee bien. Estás soltando a la narradora, buenísimo.

Me gustaron el ritmo y la tensión del texto.

abrazos

Nelson dijo...

Muy interesante y con buenos momentos narrativos.
El crimen perfecto es completamente posible, sobre todo en sociedades como las nuestras.