Disputarse lo qué, digo, mientras
no puedo dormir ni despertarme. Doy la última vuelta en la cama. Mi perra se
estira y suelta un gorjeo placentero, junto con un estirón de patas, una cola
que golpea el placard, y el por fin ruidosísimo sacundón de orejas que me
anuncia que tendré que levantarme. Abro
la puerta y el día es blanco. O será que a esta hora es blanco, todavía no se
tiñe de amarillos y naranjas, permanece en esa nada de página de word, en ese
tal vez de pizarrón de fibra, en ese qué se yo de amnésico que ni siquiera
intenta recordar porque desconoce que hubo algo alguna vez.
Paso revista a las sensaciones
para encontrar una puntita desde donde reconstruir el sueño. Disputarse lo qué,
parece que dije. Cuando una sueña se olvida de las normas, se vuelve a fojas
cero, entonces dice cosas como la
Farolera trompezó, estás envidiosio, no hagas disferencias, peliamos mucho,
pero vos enpezastes...
Te odio porque no te puedo,
escucho decirme. Disputarse lo qué. Es tu voz abriéndome la ventana para
interpretar los odios todos, los odios muchos, la gama entera de los aborrecimientos
y los cuasi-aborrecimientos, los detestalismos reflejos o perniciosos, la
culminación de la furia en el espejo. Me odio en vos, te odio en mí. Porque no
te puedo. Porque no me puedo.
Eso.
2 comentarios:
El odio mueve al mundo, o es dicen (quién lo dice? yo no lo sé).
Saludos
J.
Del amor al odio -se dice por mi tierra española- solo hay cloruro de sodio. Es decir, es un refrán que nos hace pensar que está en nuestras manos cambiar los sentimientos. ¿Empezamos por amar y luego odiamos? O no es está muy claro si odiamos porque no nos dejan amar. ¡Vaya un lío que me he armado con tus sueños!
Un abrzo. Franziska
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