lunes, 23 de diciembre de 2013

Rorschach

No debí decir que el sentido de los domingos depende de quién los viva, de cómo los interprete y sienta, que las estadísticas de suicidio seguramente están manipuladas. Sé que no es del todo así, sé que los suicidas se deciden por contraste, los asfixia ese día porque se supone de solaz y de familia. Saca del cajón del escritorio unas láminas manchadas y las baraja como naipes. Me muestra la primera.

—¿Qué ves?

Veo una cadera con perfecta simetría pélvica. Trocantes pronunciados, sacro terminado en cola de iguana.

—No estoy segura—digo, entornando la vista, tratando de darle forma a los garabatos que ensucian la imagen.

Extrae otra y me la acerca todavía un poco más. Esa pelvis está rota en varios sitios, simétrica también, absurdamente rasgada de idéntica manera en ambos acetábulos. Exhibe una cresta ilíaca un poco gótica. Parece la radiografía de un alien.

—¿Y?

—Una carretilla con flores—miento.

Su carcajada explota como una metralleta. Va por la tercera, y ahí descubro un intruso encorvado de costado dentro de la pelvis, el anillo pélvico se halla dilatado y hasta difuminado por una grave osteoporosis, el esqueleto del feto es una mancha blanca parecida a un renacuajo.

—¿Qué ves?

—Un lago con barcos y canoas, con el fantasma Gasparín en el medio.

Baja la cabeza y me mira desde esa pose de incredulidad triunfante. Está por replicar que lo tomo de idiota. “Venga, mija, no estudié al pedo, y veo mentirosos a diario”. Lo está pensando. Se casa los lentes y agarra otra cartulina. En ésa hay una superposición de caderas, una detrás y otra adelante, como flores chocándose las caras. Me sonrío.

—Dos carretillas con flores—asevero—,  los jardineros colisionaron de frente, pero se llevan bien.

Toma la cuarta, la despliega con lentitud. La imagen me hace recular. La piel de los brazos se me eriza. A esa pelvis la agarraron a mazazos y la terminaron de destrozar con algún serrucho o cosa dentada. Tiene un palo terminado en cuña clavado en el medio como si se tratase de una víctima de empalamiento.

—Es... una carretilla hecha pedazos. Posiblemente abollada a golpes y cortada con cierra eléctrica. La clavaron al suelo.

—Muy bien—asiente, satisfecho, va a demostrarme algo, ese gesto que enarbola es de éxito rotundo.

No hace frío pero me he quedado espeluznada, y el vientito que entrechoca las hojas de la ventana me produce incomodidad. Regresa las imágenes al cajón y se sienta sobre el escritorio.

—No sé lo que hayas visto. Todos ven algo diferente—explica—. Pero a todos los inquieta la misma lámina, a algunos más, a algunos menos.

—Ajá.

—¿Ahora entendés lo que quiero averiguar de los domingos?



1 comentario:

José A. García dijo...

Por eso mismo no me hago ese tipo de test que, en realidad, no tienen mucho sentido de ser, si vamos al caso. ¿Por qué queremos saber lo que hay en el interior de la mente de los demás si todavía no sabemos qué hay en la propia?

Saludos

J.