—Busco... un poco de... un kilo, bueno dos kilos de... bizcochos.
Afuera había empezado a llover y ella tendría que limpiar el barro que los zapatos dejaban en las lozas. X observaba los brazos macizos de la mujer, los rollos que le insinuaba la ropa justo debajo de las axilas. Le encantaban las mujeres robustas.
—¿Vos me estás tomando el pelo a mí?—dijo ella.
Ya había puesto ese gesto de asco en la boca la rubia. Ese gesto se lo hacía todo el mundo, todo el mundo lo despreciaba y ella también, sin conocerlo, así era siempre.
—No...—respondió, hilvanando una sonrisa que se quedó en el intento, mitad encanto mitad desencanto—. Sólo que pensé que podías hacer un esfuerzo... no sé, tampoco te estoy pidiendo mucho...
La chica frunció el ceño y sintió algo de miedo. Esfuerzo. Había un cliente loco como una cabra que le pedía un esfuerzo. ¿Más esfuerzo? Era lunes por la mañana y estaba en el trabajo, eso ya demandaba de por sí el máximo de sus esfuerzos.
—Bueno, ¿ves algún bizcocho vos?—suspiró ella, se pasó la mano por la frente y buscó con la vista el estropajo, el piso era un desastre—. Hay una panadería a dos cuadras, para allá.
X comprendió la señal de la mano. No había pedido una panadería, había pedido bizcochos, pero la gente era así con él, siempre, desconsiderada. Así que echó una mirada a las bananas, a las manzanas, a los melones, después subió la vista hasta las alcachofas y los pepinos, para descenderla despectiva sobre las frutillas.
—Ya veo...—concluyó antes de dar la media vuelta y salir con un portazo—. Así estamos en el siglo XXI, ni un poco de solidaridad.
1 comentario:
La solidaridad brilla por su ausencia en un mundo egoísta en el que tenemos tendencia a pensar en el "YO AHORA" olvidándonos un poco de los demás que nos rodean y en las futuras generaciones. Así nos va.
Saludos
Publicar un comentario