lunes, 6 de noviembre de 2023

Mucho ruido

    Lo único que habían podido armar eran unas balsas rudimentarias, de pura caña y fibra de coco como las de Tom Hanks cuando partió con Wilson. La cosa no daba para más. La fuerza del océano empujaba las balsas endebles, era inútil cualquier diligencia. Luego de unas semanas, empezaron a aparecer los botes. No se sabía si habían partido después o si venían de otro sitio, pero les daban alcance y la gente a bordo miraba con desdén y clamaba: Hay que remar, hay que remar, si no se rema no se llega a ninguna parte.
    Tanto desde las balsas como desde los botes se pescaba para comer y se reservaba agua de lluvia en recipientes reutilizados. Pero los de los botes contaban con remos y al poco tiempo sacaron distancia. Uno que otro balsero se había querido subir a un bote y no lo habían admitido: para venir acá tenés que remar. El balsero había jurado remar y le objetaron: si remaras no estarías en una balsa.
    Así que algunos hacían remos de sus manos, cosa que resultaba en luxaciones y poco desplazamiento. Otros habían quitado fragmentos del extremo de la plataforma para usar de propulsores. A algunos se les había estropeado el encañado y habían tenido que subirse a balsa ajena. Existían los que enloquecían, se ponían a dar chiflidos que emulaban la bocina de un buque.
    El mar estaba revuelto y se veía, a lo lejos, una ola en aumento, de a poco, terrible. ¿Era un tsunami? No sabían. Los balseros ataron su flota con un cordón a sus muñecas y aguardaron el colapso. Resultaba difícil pescar en esas circunstancias. Algunos rezaban con ahínco, otros maldecían a los de los botes. Los de los botes, más lejos, acusaban a los de las balsas de haberles robado las anchoas.
    Un carguero industrial pasaba orondo, ajeno al despelote, empeorando el oleaje. 
    En medio del desastre se distinguió una forma. ¿Es un barco? exclamó un balsero. Sí, sí, un transatlántico. Se agrandó, majestuoso, hasta quedar en medio del balserío, alto e imponente. A varios metros, en cubierta seca, se asomaba la multitud. Los de los botes estaban ahí, mezclados, miraban. Por culpa de ellos, decían.
    Uno, desde la proa, tendió una cuerda de auxilio. Los balseros se alejaron braceando a todo pulmón, intentaban vencer la succión. Nadie tomó la cuerda. Hubo algunos de ellos angustiados como el que ofreció ayuda que gritaron: ¡Es el Titanic! 
    Pero había mucho ruido.


Mucho ruido by Noelia Antonietta is licensed under Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International

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