viernes, 7 de agosto de 2015

Último round

   Las empleadas cuchichean de continuo, sobre todo a la hora en que, sedados los ancianos, pueden darse el lujo de salir al patio a tomar un té. Hoy han muerto dos huéspedes. Al primero lo vinieron a buscar rápido y olvidaron en la habitación las cajas con sus pertenencias. El segundo sigue en su cama tapado, esperando. La enfermera culona, como ella misma quiere que la llamen, está indignada y no quiere disimularlo. Mientras conversan, ven pasar por el pasillo a cuatro empleados de la empresa funeraria y a ningún familiar del difunto.    Al rato, una camilla hace sonar los desaceitados hierros por el corredor.
   ―Mirá cómo son las cosas, Coca, esa putona no lo ha visitao ni una vez desde que lo hospedó y ni siquiera ha venío a buscarlo ahora que ha muerto.
   ―Culona, así de rápido se olvidan de uno. Ésa hija ha de ser una serpiente.
   Así se quedan, mirando las baldosas donde desapareció la camilla por más o menos diez minutos, hasta que la figura delgada y encorvada de la cuarentona traspone la puerta que separa la sala de espera del pasillo. Sus botas sacan eco del cerámico.
   La culona se levanta, enervada. La exasperación ha dado con ella. Y es que le tenía aprecio al fallecido. Era un viejo cascarrabias, pero gracioso, al que le gustaban mucho los niños. Ése era Felipe para la culona.
   ―Ésta no la dejo pasá, Coca, por mi culo que le canto las cuarenta.
   ―No te metás, que no es asunto tuyo.
   ―Me llueve el culo.
   La culona y la hija del finado se encuentran en la habitación del viejo justo cuando esta última está tomando sin mayor afecto las bolsas con las pertenencias de su padre. La culona se lleva las manos a la cintura, aunque cintura tiene poca, y con una expresión de franco menosprecio, le espeta:
   ―Pa esto bien que ha venío, pero pa visita’lo sí que no.
   La figura delgada e inexpresiva  se torna de pronto contrariada. Lleva marcada las arrugas del entrecejo como si lo frunciera por enojo o por sol, y no le ha hecho gracia la afrenta. No es mujer de indignación fácil, es más bien introvertida y callada, es exactamente lo contrario a la culona. Pero también explota, de vez en cuando, si le tiran yesca junto con kerosene. Así que le contesta:
   ―Bastante que le pagaba yo una residencia, cuando él a mí de niña no hizo más que violarme y pegarme.
   La culona retrocede, tomada por sorpresa, mientras recibe desorientada lo que le plantan en las manos.
   ―Quédese con estas porquerías.


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